Las autoridades monetarias celebran día de por medio las cifras siempre en aumento de las remesas enviadas desde Estados Unidos por los migrantes guatemaltecos. Las remesas constituyen sin ninguna duda el sector más floreciente de la economía guatemalteca. Impulsan el consumo interno y otorgan una fortaleza al quetzal frente al dólar muy deseable para los importadores y detestable para quien exporta.

Quien exporta desde Guatemala hacia Estados Unidos vive en ascuas desde que llegó Donald Trump al poder. Ha quedado en desventaja frente a su competidor mexicano (en el caso de frutas y vegetales) y se ha visto presionado por sus clientes en Estados Unidos a asumir el costo del arancel del 10 por ciento creado por la Casa Blanca.

El esfuerzo productivo local, la forma más saludable y meritoria de hacer crecer una economía y generar empleo para más persona, se ve castigado por las nuevas políticas arancelarias de la Casa Blanca.

¿Compensa el crecimiento de remesas, la pérdida de competitividad y o de margen de ganancia de las exportaciones guatemaltecas hacia Estados Unidos? La respuesta es no.

Sobre todo, si se tiene en cuenta que las remesas, por mucho que crezcan en el corto plazo debido a la ansiedad de los guatemaltecos asentados en aquel país por el riesgo a una deportación, tenderán inexorablemente a reducirse en el tiempo. El gobierno de Donald Trump no ha generado las gigantescas redadas de migrantes sin permiso de trabajo que se temían inicialmente y se anunciaban por parte de su propia campaña electoral, pero ha creado un clima de zozobra entre los trabajadores indocumentados que tenderá a promover la autodeportación. Las acciones de captura de migrantes  de las autoridades migratorias, los agentes de ICE y de la secretaría de Homeland Security, muy difundidas en la televisión estadounidense y muy difundidas en las redes sociales, tienen impacto en la psiquis de las personas. Los seguidores de Donald Trump se reafirman a favor de él porque cumple con una promesa de campaña. Los migrantes se ven cada vez más vulnerables.

Ha habido capturas de cientos de migrantes que acuden a las Cortes, por orden de juez, a resolver una audiencia de su proceso legal migratorio. La gente tiene miedo de ir a una citación, pero si no acude, le dictan orden de deportación inmediata.

Lo previsible entonces es que, sea por la vía de las expulsiones de migrantes a cuentagotas o en cifras mayores, o sea por la vía de la autodeportación de quienes prefieran ya no soportar esas condiciones de tensión constante, la cifra de los migrantes guatemaltecos que envían remesas tenderá a reducirse hacia el futuro.

Luego, el flujo de migrantes hacia el Norte ha cesado.

Los coyotes y los protectores de los migrantes se han quedado prácticamente sin trabajo.

La frontera sur de Estados Unidos se encuentra sellada y los planes de la administración Trump para el año fiscal 2026 incluyen un incremento sensible de presupuesto para apostar más tropas y mejores tecnologías de patrullaje. Los controles migratorios en los aeropuertos y la emisión de visas de países cuyos habitantes suelen violar los tiempos de permanencia autorizada tienden a hacerse más estrictos. En resumen, no habrá incremento significativo en el número de migrantes en Estados Unidos en los próximos años. Para el corto plazo tampoco se anuncia un acuerdo que permita la legalización de la mayoría de los casi cuatro millones de guatemaltecos en aquel país.

De modo que la alegría de hoy por el incremento de las cifras de remesas previsiblemente durará unos cuantos meses más pero luego es muy probable que se estanque y después, decrezca.

Guatemala ha confiado por demasiados años en sus migrantes para mantener el dinamismo del mercado interno.

Esos tiempos llaman a su fin.