Bastó una sesión del Congreso después del triunfo electoral para que quedara claro, sobre todo, al Movimiento Semilla, cuán inconciliable es la posición de las fuerzas aliadas al gobierno de Alejandro Giammattei con la llegada a la Presidencia de Bernardo Arévalo.
Los oficialistas y sus aliados están por impedir, y en el menor de los casos, maniatar, una administración del partido Semilla. Es iluso pensar que Giammattei y Miguel Martínez permitirán amablemente el traspaso de mando. Su actitud es probadamente hipócrita. Sus cuadros leales escamotean el triunfo de Arévalo. Y es romántico creer que el tutelaje de Luis Almagro de la Organización de Estados Americanos será suficiente para garantizarlo.
Consuelo Porras en el Ministerio Público es la principal arma paralegal en la estrategia del sistema. Y en el Organismo Judicial cuentan con suficientes jueces y magistrados para apuntalar su posición. La Corte de Constitucionalidad es una moneda al aire.
Fue supremamente ingenuo pensar que una moción para condenar la actuación del fiscal Curruchiche podría obtener algún apoyo en el Pleno. O siquiera que podía lograr otra cosa que transmitir la visión idealista de quienes ganaron las elecciones. La presión gigantesca sobre el Registrador de Ciudadanos presuntamente afectó la salud de dos hijos suyos. Y era impensable que Shirley Rivera, una contratista de construcción, en vivienda y en carreteras, antigua colaboradora del exdiputado Fernando García y socia de Alan Rodríguez, devenida diputada por determinación de Giammattei, no iba a aprovechar la resolución para actuar contra los electos.
La fortuna construida en una sola legislatura por Rivera y por Rodríguez es suficiente motivo para dar batalla a cualquier posibilidad de cambio el mundo de la corrupción. Ellos son y representan al sistema. Millonarios de nuevo cuño.
Quienes piensan que una vez en el poder, Bernardo Arévalo tendrá la sartén por el mango, desestiman la virulencia, las malas artes y la red de contactos creados con la ayuda de los aliados de Giammattei en los últimos cuatro años.
La nueva Legislatura no será distinta. La conformación es muy parecida a la actual. Y si bien es cierto que ahora desertan algunos pocos diputados de la derecha que acuerparon y ayudaron a Giammattei a perfeccionar el blindaje de los suyos, como Álvaro Arzú hijo, quien celebró la forzada reelección de Consuelo Porras, esas deserciones no serán suficientes para alterar la correlación de fuerzas.
Bernardo Arévalo y su partido no pueden ignorar que su única posibilidad de gobernar y marcar una diferencia real pasa por desarticular al sistema político corrupto. Para eso solo cuenta con una fuerza concreta que lo respalda y es la ciudadanía harta de tanta corrupción.
Su mejor inversión será cultivarla, poniendo en evidencia las prácticas corruptas de quienes le combaten (con más ahínco e ingenio que como lo hizo su bancada desde la oposición y él mismo con sus videos de campaña). Y animarla a expresarse en las calles y ante los diputados y jueces y fiscales.
Semilla no va a ganar la batalla con discursos airosos en el Congreso, con recursos legales ante unas Cortes que lo mismo resuelven hoy a favor de los corruptos que se arrepienten mañana ante el riesgo de la lista Engel o, peor aún, la ley Magnitsky.
No será con promesas de amnistía para la corrupción ni con ofertas de paz que se ganará la batalla.
El poder de los corruptos no se extinguirá por arte de un meteorito el 14 a las 14, si es que a esa fecha se llega. El dinosaurio seguirá ahí y Bernardo Arévalo deberá confrontarlo con la espada de San Jorge si es que la democracia ha de prevalecer.