La protesta, el bochinche, los cortes de calles y carreteras y otras formas violentas de acción “popular” parecieran quedar excluidas en gobiernos de izquierdas. El sindicalismo tóxico también parece diluirse con estos gobiernos, y ambos focos de manifestación se suelen enrocar durante el tiempo de esas administraciones. Creo que el corolario resultante puede ser señalado de falacia, pero la conclusión inicial parece clara: el bochinche es un arma política de la izquierda.
Por lo tanto, resulta más que significativo que CODECA, el grupo antisistema nacional, haya decidido dar un paso y marchar “pacíficamente” por la ciudad, aunque no es menos cierto que no se ha atrevido a mucho más, y el ruido mediático ha sido prácticamente nulo. O los bochincheros de CODECA siempre fueron igual de nefastos con todos, y en este gobierno muestran lo mismo que hicieron en otros, lo que merece una crítica, o este gobierno es como los demás y CODECA se opone a él, tal y como también hizo con anterioridad, lo que también merece censura. En los dos casos, tanto el gobierno como los protestantes profesionales, salen esquilados.
Es de hacer notar cómo la cobertura mediática y el impacto de los reclamos de CODECA han sido prácticamente obviados en medios y redes, lo que denota algo sobradamente conocido: hay todo un aparato mediático de izquierda que silencia estas cuestiones cuando la ideología dominante es afín, aunque las multiplica cuando es contraria. Un juego de opinión publicada a la que nos hemos acostumbrado y que merece la pena reflexionar sobre él.
Antes, las invasiones de fincas o el robo de electricidad eran difundidas como “una necesidad de los grupos menos favorecidos, frente al expolio tradicional de las derechas”. Sin embargo, ahora, que piden exactamente lo mismo con consignas más elaboradas como la “nacionalización de la energía eléctrica” o el “cese de los desalojos”, escapa a la crítica de ese malentendido “objetivismo” periodístico y de opinión. La doble moral adherida a la ideología dominante que no perdona las conclusiones. Una nueva casta de “perdona todo si es mi amigo y dura condena a mi enemigo”, aunque ambos hagan lo mismo.
Me parece que hay todo un debate en ese grupo, pero también en otros como los 48 cantones sobre qué hacer en estos momentos políticos de desilusión. La expectativa de SEMILLA se ha diluido. Culpa del calor o de las lluvias no ha florecido aquella esperanza de la que tanto se habló hace apenas un año, y se comienza a marchitar a pasos agigantados, como muestran ciertas encuestas que reflejan la reducida aceptación presidencial, apenas a seis meses de haber llegado al poder.
Tres opciones parecieran existir y solo una, por el momento, se ha visibilizado: apoyar al gobierno, rechazarlo o callar porque no se sabe qué hacer. Esta última es evidente que ha sido la más utilizada tanto por grupos organizados como por personas individuales. Cada día es un reto para todos. Quienes votaron por SEMILLA se muerden las uñas porque no ven luz al final del túnel, sino solo un túnel más prologando; quienes adversan al partido político, tampoco encuentran opciones para salir de un atolladero en el que nos metimos libre y voluntariamente con nuestros votos y falta de meditación, además de una “cultura de corrupción” extendida que permea demasiadas capas de la sociedad.
En charla con un amigo me pregunto: ¿Crees que saldremos algún día de esto?, a lo que respondí que no, al menos mientras no cambiemos individualmente nuestra actitud y valores y, sobre todo, asumamos la responsabilidad histórica que nos toca, y tomemos las riendas en lugar de esperar a que venga un salvador que lo haga por nosotros. Las sociedades pasivas, acomodadas, relajadas e irresponsables simplemente no progresan porque carecen de carácter, responsabilidad, decisión y coraje. Es una ecuación de suma cero y aquí únicamente hemos apostado por valores inapropiados y descubierto que ser “pilas” o pillo, genera más resultados que ser honesto y responsable.