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Cinco años sin que llegue el camión de la basura
Hace unos años cuando se acababa de graduar del colegio, Luisa Zea estaba en una oficina sin ventanas, pasaba el día sentada frente a una computadora sin recibir ni un rayo de sol, ni un poco de aire fresco. Salía cuando ya había entrado la noche y se alimentaba con la comida que podían entregarle […]
Publicado el 13 Abr 2022

Cinco años sin que llegue el camión de la basura

Hace unos años cuando se acababa de graduar del colegio, Luisa Zea estaba en una oficina sin ventanas, pasaba el día sentada frente a una computadora sin recibir ni un rayo de sol, ni un poco de aire fresco. Salía cuando ya había entrado la noche y se alimentaba con la comida que podían entregarle de los restaurantes de cadena, alternando franquicias para no aburrirse. Estudiaba publicidad en la universidad y trabajaba en una agencia; cuando llevaba unos 6 meses con ese estilo de vida, su jefa le pidió que la acompañara a una conferencia, Luisa le dijo que sí sin saber exactamente a dónde iban ni quién era el expositor; pero cuando salió de esa charla su mente había cambiado por completo.

El conferenciante era el montañista Jaime Viñals y durante su presentación mostró fotografías de sus expediciones a volcanes y montañas y sus días al aire libre en medio de la naturaleza. A Luisa se le iluminaron los ojos, era eso exactamente lo que ella quería y no cuatro paredes con luz artificial, como estaba viviendo hasta entonces. Al terminar el evento se acercó a Viñals, le dijo que le había encantado todo lo que él dijo y que quería escalar un volcán. Jaime Viñals no dudó en invitarla el siguiente fin de semana para ir con él y su grupo al Volcán Acatenango; fue la primera vez que Luisa escaló un volcán y ahora ya no puede contar cuántas veces ha subido. En el trayecto y en la cima encontró el aire que le faltaba, esa conexión con la naturaleza que significaba también la paz de su mente y de su espíritu.

Esa conversación con Viñals fue decisiva para ella, quien dice sentirse “toda la vida agradecida por tener sus puertas abiertas; mi estilo de vida cambió radicalmente, me encantó y ya no paré de estar en contacto con la naturaleza. Luego empecé a hacer más deporte, bici de montaña, y a conocer a más personas que poco a poco me han ido llevando más al mundo del deporte, de la aventura, de la vida al aire libre. Empecé también a competir, hice triatlón, carreras de aventura, bici de ruta; hice como unos quince años más o menos a nivel competitivo”.

Abandonó las clases de publicidad y se inscribió en la carrera de turismo en la Universidad del Valle, también dejó la oficina y empezó a trabajar al aire libre. Esa etapa de su vida es a la que Luisa llama “mi primer despertar”.

Ese primer despertar le ha llevado por muchos caminos de amor a la naturaleza que también transmitió a su hijo de 7 años; por eso hace 5 se propuso que en su casa no se produciría absolutamente nada de basura. Cuando lo cuenta, muchos se quedan sorprendidos. ¿Cómo es eso posible, ni siquiera un un bote pequeñito? y ella responde que no, que en su casa no hay bote de la basura y que hace 5 años que no tiene que pagar por un servicio de recolección.

Para lograrlo, cuenta Luisa que lo principal es tomar buenas decisiones a la hora de comprar los alimentos; ella nunca va a los grandes supermercados, donde todos los productos vienen empacados, prefiere ir al puesto que está cerca de su casa donde una señora vende las frutas y las verduras y algunos abarrotes, como granos; ella lleva sus propias bolsas y sus recipientes para trasladarlo todo a casa sin tener que utilizar plástico ni ningún tipo de contenedor desechable. Para la carne, acude a una finca cercana donde sabe que los pollos son criados sin hormonas ni antibióticos. Con los desechos orgánicos prepara compost que luego le sirven para fertilizar su jardín.

Cuando tiene que comprar productos como champú, o algún jugo que viene en botella, se cerciora de que ésta sea reciclable, y si le llegase a quedar algún envase que no se puede reciclar ni compostar, lo lleva al proyecto donde lo convierten en macetas o muebles plásticos. Ese proyecto se llama “Plastic Brick Projects”. Según cuenta Luisa “reciben tanto el plástico reciclable como el que no lo es. A ellos les ha tocado ir a las orillas de los ríos a recoger todo ese material con el que pueden trabajar. Así van limpiando, lavando el país. Pero es difícil, porque son solo tres. Trituran el plástico, lo mezclan con cemento y hacen macetas, ladrillos y un montón de cosas”.

En el cuarto de baño de su casa tampoco hay bote de basura porque el residencial donde vive tiene planta de tratamiento de aguas y puede lanzar los papeles directamente al inodoro. Está todo previsto.

El beneficio de llevar este tipo de vida no es solo para el planeta, también es para ella y para su familia. Ya no recuerda cuándo fue la última vez que tuvo un dolor de cabeza o de estómago, porque su alimentación es tan natural que su salud se ve beneficiada. El secreto, cuenta Luisa, es saber escoger, no le niega un chocolate a su hijo pequeño pero prefiere comprarle el chocolate artesanal en San Juan del Obispo, que tiene empaque amigable con el ambiente, antes que comprarle uno de marca comercial.

Intolerantes al plástico

Una tarde, su amiga, la atleta María Dolores Molina, la invitó a comer; ella, al igual que Luisa, lleva una vida saludable y propone un consumo diferente. Es dueña de El mercadito de Lola, una tienda en la que se pueden comprar productos que no dañan el ambiente y son orgánicos. En el almuerzo, para sorpresa de Luisa, había una gran variedad de quesos; Luisa le informó a su amiga que era intolerante a la lactosa y Lola le aseguró que no existía tal cosa como la intolerancia a la lactosa y la instó a que probara los lácteos agroecológicos que ella misma prepara con los productos de su granja, donde hay vacas y cabras.

Luisa se atrevió a comerlos un poco nerviosa pensando que podía enfermarse; según cuenta los quesos eran “una delicia. No te puedo explicar, hasta que los probés lo vas a comprender”. Para su sorpresa, no tuvo ninguna molestia, su intolerancia de repente y como por arte de magia, había desaparecido. Lola le dijo:  “no existe la intolerancia a los lácteos, era la intolerancia al plástico lo que tú tenías”; entonces comprobó que muchos de los alimentos que vienen en envases plásticos terminan recibiendo las toxinas que este material les transmite, un ejemplo más de que cuidar lo que comemos es también cuidar nuestra salud. Ahora Luisa come lácteos sin problemas, siempre que sean orgánicos y en empaques naturales.

Ahora, quiere comunicar ese estilo de vida a las demás personas, para que los efectos positivos se vean en el planeta y la salud. Dice Luisa: “Yo he reflexionado mucho, porque como realmente soy ambientalista, he tratado también de dar charlas y hacer actividades para que la gente sienta este interés de proteger y cuidar el impacto que dejamos en el planeta”.

Según ha comprobado Luisa por experiencia propia, “es súper importante la educación nutricional, porque ¿cómo la gente va a interesarse en cuidar el medio ambiente? primero se tienen que interesar por su salud, por lo que comen, por curarse el dolor de cabeza, por calmarse el estrés, porque vienen en el tráfico y les duele la cabeza, o porque comieron comida chatarra y les duele la panza. Son tantas cosas que hay que atender, que es una espiral. Ahora se usa mucho el termino “regenerativo”, esto es lo que hace Lola en su granja. Es agricultura regenerativa orgánica, que lo que trata es de regenerar el ecosistema en la forma más natural que se pueda. Entonces los pollos comen de las hierbas que ella deja crecer en el pasto; el excremento de las vacas se vuelve abono, le devuelve los microorganismos al suelo. Dejan crecer el pasto como 30 centímetros hasta que lo vuelven a comer las vacas. Es pastoreo por rotación, como parte de la agricultura regenerativa orgánica”.

La sostenibilidad consiste en no usar más de lo que necesitamos, y usarlo racionalmente, pero según explica Luisa, ya estamos en deuda porque hemos utilizado más de lo que la Tierra tiene capacidad de regenerar. Por eso ahora se habla de producción regenerativa, de turismo regenerativo, “de toda una vida realmente regenerativa para devolverle al planeta parte de lo que utilizamos”.

Dice Luisa “yo lo veo mucho como una espiral que empieza en uno mismo, en la relación mía conmigo misma, de qué me alimento todos los días, no solo por la boca, sino por la mente. Mis pensamientos, qué estoy pensando todo el día, si estoy viendo noticias negativas, con qué personas me junto, si es gente que me nutre o solo me quita y me desgasta”.

Entonces, puede apreciarse que no producir basura es solamente una actividad más, muy importante, que forma parte de todo un sistema de vida en el que cuidamos de nosotros mismos, nuestra salud, el planeta y llevamos una relación armónica con la Tierra y las demás personas.

El resultado es mejor salud física y mental y un planeta más limpio. Hay mucho por hacer, pero todo empieza con un cambio interior, con el compromiso de vivir de otra manera. Después llegar a la meta de no recibir más un camión de basura en casa.

Redacción

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