Es momento de preguntarse -siempre lo fue de hecho- si se ha consolidado el impasse en el que entramos hace tiempo. Fuera de los tres primeros meses de cortesía, se generó toda una expectativa -nunca muy bien explicada y menos comprendida- de la necesidad de decretar un estado de calamidad para hacer compras por excepción. Cuando la oposición política sugirió que el estado de prevención permitía dichas adquisiciones y que el Ejecutivo era libre de decretarlo, parece que cesó la marcada intención de hacerlo. No se entendió -y sigue sin explicarse- cuáles fueron las razones de no declarar uno que posibilitaba lo que se pretendía con el otro, salvo que se estuviera jugando a la política, y al ejercicio del consecuente poder que conlleva, y no a la gestión eficaz de problemas que continúan urgiendo.
Primero fue la insistencia en aprobar la ampliación presupuestaria de Q14,500 millones, poco precisa e indefinida, y más tarde el estado de calamidad, lo que apunta a una necesidad de contar con dinero, más que abrir puertas que de verdad aporten soluciones a problemas como el de la infraestructura vial. Así que de un estado de calamidad pasamos a otro calamitoso, en el que el silencio y la pasividad gubernamental son los pilares más consolidados en este tiempo de la nueva administración.
Quizá no han advertido que se les pasó el tiempo, como dicen cierta expresión popular, y que aunque hace rato que una parte sustancial de socios y simpatizantes se lo han echado en cara, cada vez son más quienes reclaman algo de acción, no ya en cuestiones significativas sino en temas cotidianos como los relacionados con las urgencias diarias que parecen dilatarse eternamente.
Me da que lo que realmente ocurre, y también ha sido expuesto por otros críticos, es que hay un gobierno repleto de “consultores expertos” que desde sus sillones o por los pasillos de las organizaciones internacionales comentan, escriben, diagnostican y proponen mágicas soluciones que luego ellos mismos son incapaces de implementar. Ese mundo fantasioso de personajes y comunidad internacional que aterrizan en los países y dicen qué y cómo hacer las cosas, cuántos impuestos hay que pagar o las acciones de gobierno a emprender, mientras ellos disfrutan de excepciones impositivas, cobran en dólares en cuentas en el extranjero o se van del país cuando las oportunidades son mayores en otras partes, porque realmente están de paso y esas actuaciones forman parte de su modo de vida. Turistas de la consultoría que no tienen -y quizá nunca tuvieron- los pies en el suelo de la realidad nacional, y que arreglar una carretera, que por cierto no requiere de mucha ciencia, es todo un problema irresoluble para sus altas luces.
Padecemos momentos de trágica pasividad gubernamental y hay semanas en que es imposible rellenar unas líneas de la acción de gobierno, mientras los problemas más básicos de salud, educación e infraestructura, consumen la poca energía y las menos esperanza con las que se inició el año. Hacen cierto, en definitiva, aquello de que lo bueno es enemigo de lo perfecto, y en la búsqueda de lo segundo -por suponer mucho- dejan de lado lo primero, y la nulidad es el resultado más visible.
No puede ser que en siete meses un gobierno no haya encontrado una solución a la autopista a Puerto Quetzal ni que la fila de espera de barcos para ser descargados siga siendo visible, por no hablar del dengue o el pacto sindical magisterial. Este gobierno, como aquel otro de la “esperanza”, son los que menos expectativas han resultado, aunque crearon tantas que pudieran haberse centrado en algunas. Fuera de lo políticamente correcto, que en realidad no sirve para mucho, el “haber” se queda vacío y los números rojos del “debe” se incrementa a diario. El presidente perdió 20 puntos de popularidad en apenas tres meses y me da, porque aún no tengo datos, que la próxima encuesta será un muro de concreto contra el que se estrellará, dando la impresión de que aspira a se más expresidente que autoridad en el poder.
Nos dirigimos hacia el octavo mes del año sin que se pueda escribir en una hoja logros políticos, más allá de aquellos de la transparencia, la lucha contra la corrupción o la confrontación del “pacto de corruptos”, diatribas y relatos que han servido en el pasado, pero que no aportan nada al presente, más que el conformismo y la muestra de una patenten inutilidad.