Hablo desde la certeza de embarderar la defensa a que las mujeres denunciemos el abuso, habiendo sido yo misma víctima de abuso cuando tenía 10 años, pero con la duda de no querer estar acusando a un inocente sin darle derecho a que se defienda. No es venganza lo que buscamos, sino justicia. Hace siglos las mujeres fuimos quemadas en la hoguera, siendo inocentes y aún hoy, nos siguen matando, pero no es actuando como ellos, que vamos a hacer un cambio.
Hablo desde la certeza que me da haber vivido medio siglo con mas dudas que aciertos, sabiendo que pertenezco a una generación bisagra, que tiene un pie en el pasado y otro en el futuro. Hija de una época donde al acosador le llamaban “viejo verde” o “Don Juan”, al acoso callejero le decían “piropo”; donde la violación se escondía por vergüenza y no se denunciaba; donde seducir era una perrogativa exclusiva de los hombres e insistir era sinónimo de perseverancia. Pero también soy parte de esa generación que ingresa al siglo XXI con una visión distinta, más consciente de sus derechos, que trata desde su trinchera de cambiar las relaciones inequitativas de poder y educa a sus hijas e hijos con esos conceptos.
Hablo desde la certeza de saber que mis hijas me han superado en levantar la voz y no se dejan de nadie. Ellas al viejo verde le llaman acosador en la cara, se ofenden cuando les dicen cochinadas en la calle, y tienen el coraje para acusar a quien las agrede. Y aunque tengo la duda de creer que a veces se les va la mano, aún así, prefiero esto, al silencio de antes. Las prefiero combativas, jodidas y hasta ingratas, que sumisas y calladas. A ellas les tocará ir encontrando el balance, sin bajar los brazos.
Hablo desde la certeza de tener dos hijas, mujeres jóvenes, a las que yo quisiera heredarles un mundo donde no tengan que sentir miedo de salir la calle; pero con la duda de que tampoco los varones sean víctimas.
Recientemente, la periodista Catalina Ruiz-Navarro presentó dos publicaciones donde recoge el testimonio de varias mujeres jóvenes que dicen haber sido víctimas de acoso y/o conductas sexuales inapropiadas por parte Martin Rodríguez. Estas dos publicaciones y sus conclusiones me parecen un gran aporte, sin embargo, yo prefiero tener la opinión de una comisión de expertas. En principio por la simple certeza de que dos cabezas piensan más que una. Pero también, porque creo que la justicia debe ser imparcial y el juez debe ser equidistante respecto de las partes.
Además, los testimonios de las víctimas -a las cuales les creo y defiendo- son sólo una parte de la verdad (una muy importante), pero hace falta escuchar a la otra (el acusado). Es derecho de la víctima a ser escuchada con respeto, pero es derecho del acusado a defenderse. Debemos respetar el debido proceso. No seamos como los inquisidores que nos mandaban a la hoguera sin que pudiéramos defendernos. Buscamos justicia, no revancha.
Por eso mismo, no creo en los linchamientos sociales. No es desterrando y condenando al ostracismo a un individuo, que vamos a lograr un cambio en las conductas sociales. Martin puede desaparecer de la vida pública y sin embargo, otros tomarán su lugar. Muchos de los que hoy se rasgan las vestiduras condenando a Martín, son parte de este sistema patriarcal que nos ve como objetos, como pedazos de carne. En esta selva humana, ellos seguirán siendo el león y nosotras su presa.
Según ONUMUJERES, una de tres mujeres en el mundo, han sufrido acoso alguna vez en su vida. En algunos países como Guatemala, este dato puede ser, dos de tres. Eso significa también, que dos de tres hombres son acosadores. Aprovechemos este dabate, para revisar nuestras prácticas sexuales, y cuestionarnos. Tanto hombres como mujeres, debemos evaluarnos, quitarnos nuestras máscaras de hombres perfectos y mujeres siempre diáfanas y pulcras. Lo mejor es mirarnos sin hipocrecías y ver nuestras faltas.
Los hombres han ejercido el poder como tiranos. Han aprovechado su posición de privilegio para acosar, abusar y ofender a las mujeres. Las aulas son para enseñar, no para acosar a las estudiantes, las oficinas son espacios de trabajo, no centros de cacería sexual. Este trato desigual y ofensivo, debe cambiar. Los hombres tienen la enorme responsabilidad, de ejercer el poder con ética y sin abuso, garantizando que ninguna mujer sienta miedo o inseguridad.
Por otra parte, debemos evolucionar hacia relaciones sexuales más sanas, basadas en el respeto y la afectividad. Donde el hombre no se sienta por encima de la mujer, donde él no sea el cazador y nosotras su presa. También debemos refrescar el arte de la seducción, convertirlo en una oportunidad para conocer al otro, y cultivar sus cualidades.
Como dijo María Teresa González (soy MT) en twitter, “Quiero vivir en un mundo donde si mis hijas dicen NO, lo respeten y no intenten abusar de ellas. Quiero un mundo donde si a mi hijo le dicen que SI, luego no vayan a decir que él abusó”.