Cuando pensábamos que teníamos encarrilado el año 2022, se desató la tormenta del conflicto bélico ruso-ucraniano. Las noticias, sorprendentes en un siglo XXI que se pensaba alejado de aquel primer tercio del pasado en el que se desencadenaron dos guerras mundiales, sorprendieron a todos y encendieron las alarmas de las amenazas, la libertad, la democracia, la paz y ese orden social, mayormente occidental, que se disfrutaba.
Los medios se focalizaron en el Este de Europa y, por un momento, la pandemia y otros problemas nacionales dejaron paso a los “partes de guerra” en la zona. Sin embargo, no duro mucho el distractor. Antes de cumplirse un mes del inicio del conflicto, volvieron a crecer los hongos envenenados de la dinámica nacional.
Incrementos presupuestarios para un ministerio como el de comunicaciones que ha sido -y lo es- tradicionalmente poco transparente y con demasiada corrupción, investigaciones relacionadas con abusos por parte de una minera en El Estor, posible tráfico de influencias para que los hijos del Presidente dispongan de una vivienda en una zona de lujo, y otros hechos de la realidad nacional relacionados con el incremento de la violencia y la crispación, nos hicieron retornar a la realidad nacional.
Lo cierto es que cada día que pasa la situación nacional empeora por múltiples causas. Ya no se sabe si es que no se puede o no se quiere porque, a pesar de los diagnósticos, el cambio no se produce. Además, “unos” culpan a “otros” de la situación, y cada grupo jala la cuerda de su lado a ver si consigue que el contrario ceda un paso, o varios si es que las cosas se ponen a favor.
De una lado, aunque mirando al otro, se habla de corrupción; en el otro se señalan a estos de ideologizados; en medio una ciudadanía que ya no sabe dónde está la verdad, quien tiene la razón y, sobre todo, hacia donde hay que decantarse porque en ninguna lado se ve una luz suficiente de atracción, pero sobre todo de liderazgo.
Falta, a pesar de la crisis permanente, un liderazgo político que tome la batuta y pueda dirigir esta ruidosa orquesta nacional. Aquellos que se han atrevido a dar un pasito, han sido citados, dentro de esa crisis a la que se alude, por un Tribunal Supremo Electoral (TSE) que corta cualquier atisbo de implicación en la vida nacional. El resto ha preferido callar y el silencio opositor no se rompe so pena de ser bloqueado para el proceso electoral que apenas comenzará en un año, aunque ya se respira.
Nos hemos dado leyes que prohíben la actividad política durante el ejercicio de un gobierno y, consecuentemente, la actuación de la oposición o el surgimiento de liderazgos alternativo es, simplemente, un imposible. La oferta electoral tiene apenas tres meses para conocerse, analizarse, apostar por el desconocido de turno y votar, lo que hace que todo el proceso sea deficiente, y el resultado de los últimos años así lo evidencia.
En ese marco, nada halagüeño, muchos piensan que no tenemos solución y que esto seguirá así por otro par de siglos, tal y como ahora ocurre. A pesar de los múltiples diagnósticos que se han hechos sobre el país, sobre la situación social, política, jurídica y económica, no actuamos y esa inmovilidad nadie puede dárnosla más que nosotros mismos. Podemos contar con asesores, consejeros, directivos…, pero es finalmente el ciudadano quien decide, actuar y cambiar el país.
Una especie de cultura de pasividad y conformismo que espera que sean otros quienes hagan las cosas pero tal y como a cada uno le gustaría que las hiciera, lo que resulta un imposible desde su planteamiento, aunque sigamos -ya van dos siglos- queriendo hacer lo mismo una vez tras otra.
En el fondo no hay una solución única, aunque si dos o tres actuaciones que seguramente cambiarían muchas cosas. La primera, una ley de servicio civil, para evitar que sindicalistas inescrupulosos se pongan de acuerdo, cada año, con políticos sin ética, evitando así que muchos ciudadanos tengan que pasar por ese filtro de la recomendación o del contrato condicionado. La segunda, una reforma y mejora del sistema judicial: insoportable, intolerable y agotado. La tercera una promoción de valores, ética y responsabilidad en el quehacer individual, porque en el fondo somos personas quienes tomamos las decisiones y actuamos.
¿Estamos por ello? Esa creo que es la primera pregunta por hacer antes de emprender cualquier actuación.