Es frecuente achacar a los políticos la corrupción existente en el país, y señalar a la mayoría de ellos de ser parte del problema, más que de la solución. Difícil contradecir ese relato, más bien estar de acuerdo con él, y sin importar quienes hayan estado o estén en el poder. El hecho de que en este gobierno se publicitara el tema de la elección de gobernadores pone sobre la mesa la discusión, pero también algo novedoso, ya que la catarsis nacional no es precisamente la mejor práctica ciudadana.
Seguramente sabe que parte de la sociedad civil de cada departamento propuso al Presidente una terna de posibles gobernadores. Esos grupos de la sociedad civil están integrados por representantes de pueblos indígenas, de cooperativas, de asociaciones de propietarios de micro, pequeñas y medianas empresas (sectores de manufactura y servicios), representantes de asociaciones agropecuarias, comerciales, financieras e industriales, organizaciones campesinas, organizaciones de trabajadores, de ONG,s de desarrollo, representantes de mujeres, de la Universidad de San Carlos, de universidades privadas, y de partidos políticos. Pues bien, esa pluralidad de “civiles” no ha sido capaz de presentar ternas con las que la presidencia esté de acuerdo para nombrar a su representante, porque duda de la integridad de los seleccionados. El Presidente aceptó únicamente unos pocos, y dos de ellos fueron cuestionados: el de Quiché y el de Guatemala, y el primero cesado a las dos semanas de ser designado.
No hay que ser muy ducho en lógica para concluir que los múltiples representantes de la sociedad civil -los que no son políticos- yerran y, consecuentemente, se corrompen, razón por la que el Presidente no elige a ninguno de los propuestos. La corruptela no es, por lo tanto, un tema político, sino nacional, general, ciudadano, y extendido a todos los sectores. Si el político es un canalla y quienes son designados por los no políticos también, entonces es que ese faltante de ética está extendido por todas partes, devora a la mayoría de los ciudadanos y debemos hacer una profunda reflexión, y no solamente una depuración de las élites políticas.
Corruptela en sindicatos, en puestos de trabajo que se piden y buscan a través de la recomendación. Corrupción en personas que designan a sus hijos, amigos, socios, amantes y conocidos. Corruptela en quienes fijan un salario mayor para sus amigos o protegidos. Políticos y no políticos que comulgan con idénticas ideas, pero que se señalan unos a otros en un ánimo -muy nacional- de culpar al otro como si no fuera con todos ellos en igual medida.
No pasaremos del aprobado raspón hasta que no nos miremos al espejo y comencemos por cambiar, y dejar de señalar a los demás sin ver que, en este caso -y no es el único-, han sido representantes de sectores civiles: indígenas, académicos, campesinos, ONGs, mujeres, cooperativas, etc., quienes han mostrado su lado oscuro, viciado, y no se puede culpar a los políticos de eso. Incluso de los pocos gobernadores nombrados, un alto porcentaje (porque dos de ellos así lo representan) han sido cuestionados o cesado por razones de falta de competencia o contaminación; así no vamos a ninguna parte.
Da vergüenza una sociedad que mayoritariamente se desenvuelve en un ambiente contaminado por la corrupción y la falta de ética en todos los sectores, y en la que el amiguismo parece ser la meritocracia necesaria para prosperar. Aun así, lo peor ni siquiera es eso, sino el descaro y la celeridad con la que señalamos a los demás, quizá con el ánimo de desviar la atención de nosotros mismos y de excluirnos de ese grupo de ciudadanos contaminados por una ética que deja mucho que desear. O mejor, por un faltante de educación ética.
Eso sí, como siempre encontraremos alguien peor que nosotros, es de gran alivio contar con ese referente para señalarlo. De esa cuenta, el ruido que generamos aplaca el volumen que debería surgir de la propia conciencia ¡Sencillamente, damos vergüenza!