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El día en que la luz llegó a Sequim
El reflejo de las luces de colores sobre el piso de tierra emocionaba a los niños. Corrían de un lado a otro y se asomaban a las puertas de las viviendas para ver los árboles de navidad encendidos, brillantes. Apenas una noche antes allí solo se veían tinieblas, una oscuridad densa que lo abarcaba todo, […]
Publicado el 03 Mar 2022

El día en que la luz llegó a Sequim

El reflejo de las luces de colores sobre el piso de tierra emocionaba a los niños. Corrían de un lado a otro y se asomaban a las puertas de las viviendas para ver los árboles de navidad encendidos, brillantes. Apenas una noche antes allí solo se veían tinieblas, una oscuridad densa que lo abarcaba todo, dentro y fuera de las casas.

No solo la luz llegó el 18 de diciembre de 2020 a la comunidad Sequim, también el sonido. Música de marimba, de navidad, religiosa, de todo tipo, salía de las casas. Esa noche todos sonreían emocionados, “parecemos ciudad”, dijo una mujer y los demás rieron. “Sos cabrón vos, lo lograste”, le decían a Sebastián Choc Chu al tiempo que le daban una palmada en la espalda, “qué pilas”, le repetían uno a uno sus vecinos. Choc estaba emocionado, con la sensación de que habían hecho historia, que a partir de ese momento se iniciaba una nueva etapa en la vida de su comunidad. Un sueño que él albergó por décadas y al que nunca renunció, a pesar de los tropiezos.

La comunidad Sequim, pertenece a San Pedro Carchá, en Alta Verapaz, el departamento del país que más energía eléctrica produce, e irónicamente, el que menos habitantes conectados a la red eléctrica tiene. La cobertura es de 44.5%, es decir que más de la mitad de los hogares de Alta Verapaz no tienen acceso a electricidad.

La comunidad Sequim nació en 1980, para entonces la habitaban solo 30 familias que decidieron separarse de una aldea más grande por temas de “religión”, como le contó su suegro a Choc, uno de los primeros pobladores. Fue también uno de los años de mayor represión y violencia para las comunidades indígenas. En ese entonces sobrevivir era la premisa, conseguir condiciones de vida dignas era algo para después.

En 1996, el mismo año que se firmó la paz en Guatemala, en Sequim se empezó a hablar de la posibilidad de conectarse al servicio eléctrico, pero la idea fue rechazada muy pronto, los ancianos no estaban de acuerdo, “siempre hemos vivido con candil, con ocote, así estamos bien”, opinaban. Su k´aúxl, pensamiento en q´eqchí, les decía que no era el momento indicado. “Nosotros valoramos la opinión de los líderes”, dice Sebastián Choc.

El tiempo pasó y Sebastián intentó al menos conseguir energía para su negocio, una tienda que surtía a los vecinos, pero que no podía ofrecer lácteos ni embutidos. Se compró por Q5,000 un panel solar. La experiencia fue agridulce, en los días de sol la electricidad funcionaba al máximo y vendía incluso helados y aguas frías, pero en el chipichipi de la región su panel decaía. Dos años después la batería del panel murió por completo. Fue el fin del sueño de iluminar su casa.

En 2017 la comunidad recibió la visita de los representantes de la Hidroeléctrica Renace, que opera en la zona, les hablaron de un proyecto que pretende llevar electricidad a 1,384 familias de 14 comunidades aledañas a la planta. La empresa costearía toda la implementación, pero cada familia debía pagar después su recibo de consumo. Ese fue uno de los primeros tropiezos, se trata de zonas rurales, completamente abandonadas por el Estado donde la pobreza es grande. “Muchos no tienen las posibilidades del pago mensual, porque se les hace la mención del compromiso que adquieren del pago mensual. Pero es muy poco, en alguna comunidad son solo 6 u 8 las que no se conectan, más del 90% deciden conectarse”, cuenta Romelia Méndez, de Renace.

Sebastián Choc hacía cuentas, con lo que ahorrarían en candelas o en candiles de gas, podrían pagar el servicio. “A veces, como solo compran candelas de Q1 de poco en poco no se dan cuenta de que para final de mes gastaron los Q40 o Q50 que salen en el recibo y al final es lo mismo”, comenta.

Esta vez el k´a´uxl de los líderes era distinto. “Estamos cambiando, quizá físicamente no, pero nuestro conocimiento y nuestro pensamiento sí”, dice Choc.

Sebastián Choc cada vez más se daba cuenta de la necesidad de la energía, que la tecnología era necesaria para avanzar en la educación. Para cargar los celulares se tenían que desplazar a la comunidad vecina, donde les cobraban Q3 por cada uno, volvían a casa sabiendo que podían usarlo solo lo indispensable, porque si se descargaba era preciso emprender una nueva caminata y volver a pagar. Los jóvenes, sobre todo, resentían no poder usar sus móviles todo el tiempo.

Los líderes dijeron sí y empezaron las gestiones para unirse al proyecto. Fue entonces cuando llegó el segundo tropiezo: los documentos.

“Lo más complicado es conseguir los derechos de paso”, cuenta Romelia Méndez, “en algunas comunidades hay que hacer más gestión, brindar información más detallada, porque se necesitan los papeles de la escritura, la firma del dueño del terreno donde va a pasar el proyecto, queremos garantizar el servicio en el futuro y tener todo legalizado para que ellos tengan toda la documentación de respaldo, pero a veces no es fácil que la gente dé sus documentos así nada más”.

Las dudas y la desconfianza aparecieron. ¿Y si me roban mi propiedad?, ¿y si me quitan parte de mi tierra? Sebastián Choc se enfrentaba a decenas de preguntas.

“Son comunidades bastante vírgenes, que hasta ahora están teniendo acceso a carreteras”, cuenta Marvin Choc, de Renace “hay miedo y entonces el proceso de socialización con las comunidades es bastante sensible, cuando uno llega y pide los documentos de su propiedad para poder pasar el cable surge una preocupación profunda en ellos, por eso el equipo que estamos en el campo somos indígenas q’eqchi cien por ciento y eso nos permite comprendernos mejor, hablar en nuestro idioma”, agrega.

Pero Sebastián no descansó hasta hacerles ver el enorme beneficio que tendrían. Con más del 90 por ciento del pueblo a favor, los trámites empezaron… hasta que llegó el segundo tropiezo. Para conectarse debían sacar el cableado de la aldea vecina y los líderes comunitarios se negaban a compartirlo. Después de una negociación ofrecieron autorizarlo a cambio de Q5,000, una cantidad que la aldea no tenía y que llenó de frustración a los habitantes. “La gente estaba desanimada, ya no querían seguir, decían que para qué tanto trámite si de todos modos no lo íbamos a conseguir, les parecía injusto”.

Lo que estaba claro era que Sebastián Choc no se iba a quedar de brazos cruzados. La comunidad vecina no perdía nada con permitir que saliera un cable más de sus conexiones, no incurrirían en ningún gasto ni les generaría problema alguno, quizá solo era cuestión de hacérselos entender, así que organizó otra mesa de diálogo y salió victorioso: consiguió la autorización sin pagar un solo centavo.

El 13 de diciembre de 2020 la casa de Sebastián y la de los vecinos de su cuadra se iluminó. Todos se acercaban preguntando cuándo les tocaría a ellos, por qué no podían tener todos la luz en ese mismo instante. Los trabajadores que iban cuadra por cuadra, se apresuraban para poder llegar a todos, que estaban ansiosos por poner sus luces de navidad y el primer árbol iluminado de sus vidas.

“Nos ha dado mucha satisfacción ver que algunos negocios ya han comprado una refrigeradora y ya pueden vender más cosas; también que maestros pudieron adquirir una computadora, o estudiantes que ya pueden tener su computadora”, cuenta Méndez.

El proyecto planea finalizar en 2023 con las 14 comunidades conectadas.

Unos días antes de que encendieran el primer bombillo, la planta eléctrica de la Iglesia se descompuso, pensaron que no podrían hacer las actividades navideñas previstas y Sebastián Choc sentía más presión sobre sus hombros. Una semana antes de Navidad la luz llegó a Sequim.

 

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