Nadie ha quedado indiferente. Los 135 nicaragüenses que aterrizaron en Guatemala han removido muchas emociones en el país. ¿Qué fibras toca este episodio tan significativo en el presente?
La respuesta es simple: los nicaragüenses sirven como un espejo que nos refleja. Y a algunos, la imagen que ese espejo les devuelve les hace sentir incómodos.
Que Guatemala brinde de cualquier forma una oportunidad de libertad a quienes han padecido prisión injusta en Nicaragua solo puede ser motivo de orgullo para quienes rechazan a las dictaduras. Bendito el país que abre sus puertas a los exiliados.
El gobierno de Bernardo Arévalo actúa de forma coherente con su política exterior. Ante la petición de Estados Unidos, que negociaba con el régimen de Nicaragua la liberación de los presos políticos, aceptó recibirlos de inmediato. Guatemala rechaza la dictadura de Daniel Ortega. La suya no es una crítica a medias como la del gobierno de Alejandro Giammattei. Arévalo no ha nombrado —ni nombrará, dice— embajador en aquel país, como una expresión de repulsa a la actuación del dictador.
Los críticos de Arévalo en general son también críticos del gobierno de Daniel Ortega. Pero, en cambio, han sido bastante tolerantes con las actuaciones antidemocráticas y muy parecidas a las de Ortega, de quienes hoy mantienen en la cárcel a figuras que se han opuesto a la impunidad contra la corrupción en Guatemala. Como el fiscal Stuardo Campo o como Jose Rubén Zamora. Han visto con mansa aceptación que se encarcele a Ligia Hernández, una fundadora del partido Semilla, a quien se persigue por el delito de ganar contra toda expectativa las elecciones.
Han dado por buenas, sin lograr una sola prueba de enriquecimiento ni dolo, la persecución contra Thelma Aldana, contra Juan Francisco Sandoval, contra Mayra Veliz. Contra tantos fiscales y auxiliares fiscales del Ministerio Público que se atrevieron a acusar a los corruptos. Y han pretendido persuadir a la opinión pública (sin ningún éxito, por eso perdieron las elecciones) de que las actuaciones de quienes combatieron la corrupción son equiparables con las de quienes cometieron la corrupción.
Estos críticos del gobierno de Arévalo se sienten especialmente incómodos con la contradicción que la llegada de los nicas hace resaltar en Guatemala. El gobierno central ofrece una opción de libertad a los presos de Ortega, mientras las fuerzas que representan a los opositores persiguen y mantienen en la cárcel, igual que Ortega, a sus críticos y a sus detractores. Atan de manos al partido que ganó las elecciones.
Quizá los críticos de la llegada de los expatriados nicas se sientan incómodos al verse reflejados como los seguidores de Daniel Ortega y Rosario Murillo, que han aplaudido o han aceptado en silencio la prisión injusta de los opositores y de los religiosos y de los periodistas.
Quizá les avergüenza un poco, un poquito nada más, haber dado por buenas y legales las formas autoritarias con que han capturado las instituciones en Guatemala.
A lo mejor por eso les caiga tan mal la llegada al país de los nicaragüenses. Y por falta de honestidad o porque son incapaces de cuestionarse íntimamente, prefieran presentar su rechazo ante una actuación del gobierno que solo es digna de gratitud y reconocimiento. La crítica la envuelven bajo el argumento del servilismo hacia Estados Unidos o el reclamo por el potencial gasto público que representaría la hospitalidad a los nicaragüenses.
Por suerte, son los menos en este país.
Los nicas que hoy llegan a Guatemala encontrarán en esta tierra un poco de la suya. En la pequeña Managua de la novena avenida entre 14 y 15 calles, probarán fritanga los sábados y domingos, nacatamales para la Purísima de diciembre y queso ahumado, crema de la buena y queso para freír todos los días. Los lácteos nicas llegan al país en el bus de cada noche. Hasta Vaho podrán comer al final de la tarde en Guatemala.
Bienvenidos los nicaragüenses.