En las dos últimas semanas se han conocido públicamente sendos casos de contrataciones gubernamentales cuestionadas. La primera, un asesor del Ministerio de Comunicaciones, quien no contaba ni con la calidad técnica esperada ni mucho menos con una experiencia siquiera mínima para la labor por la que estuvo cobrando, desde el pasado febrero, algo así como Q15,000. ¡Ya lo quisieran muchos para sí! Parece que su contrato fue rescindido, pero se olvidó que hay un responsabilidad del contratante que sigue en su puesto y del que no se ha dicho nada en esta omertà hacia Semilla.
La segunda, es la del cuestionado Director de la Comisión para los Derechos Humanos, quien terminó emparejado con una persona que afirma haber contratado menos de dos meses antes de que se hiciera público el asunto, y a la que, según su versión, no conoció si no hasta el día de la primera entrevista de trabajo ¡quye bonito es el amor!
A los anteriores hay que sumarle otros casos similares de amigos, hijos, parientes o militantes del partido, además del fotógrafo de Q30,000 al mes y los suntuosos gastos de la SAAS, que están ahí justamente por afinidad con personas del gobierno, ya que ninguno de ellos superó una oposición pública en la que compitiera con otras personas y ganara su plaza.
La casta defensora de esos personajes y contratistas dice que antes ocurría lo mismo, o incluso era peor. No les puedo quitar la razón, o al menos una parte sustancial de la misma. La diferencia, sin embargo, es que estos de ahora señalaron, acusaron, criticaron y lo más importante, aseguraron que con ellos no pasaría lo mismo. Y ahí está la clave, porque sigue ocurriendo exactamente lo mismo. No es posible manejar la moral de esa manera tan particular e interesada, ni por parte de los políticos ni por quienes son afines a ellos o a su ideología. Corrupción -o falta de transparencia si se quiere ser menos contundente- es lo que se hacía antes y lo que ocurre ahora.
El Presidente cesó a aquella ministra de medioambiente porque la vicepresidenta lo confrontó en redes y ahora, según el comunicado del “renunciado” director, parece que acordó con este su retiro. Es decir: el Presidente no toma las decisiones de forma personal y contundente, sino que las pacta o le inducen a tomarlas y eso crea un mal clima de percepción ciudadana que se traslada a lo que ya han dicho muchos: inacción y pasividad del mandatario. En un clima tan convulso como el nacional, da la sensación de que no han sabido diferenciar entre lo urgente y lo importante, y en política las formas son el fondo.
En todo caso, está muy claro que la corrupción permea todas las capas sociales y no distingue de ideologías. Es un virus que hasta que no estás expuesto a él no sabes cómo te afectará, y vemos que genera unos síntomas similares en casi todas las personas sin importar cuan digno fue antes de ocupar el puesto, porque al llegar a la poltrona se le olvida y surge ese hálito de autoritarismo que parece estar en la genética chapina. Lo triste es que actores y justificadores parecen no ver el problema bajo la irracional justificación de que “ahora los cesan”, lo que no es verdad del todo o “antes pasaba lo mismo”, que refuerza justamente la tesis que se expone.
Llegan al poder y pierden el norte, además de los otros puntos cardinales, y les aparece la vena autoritaria al mejor estilo Luis XIV. Son corruptos en potencia, pero no lo sabían; autoritarios anónimos mientras no tienen la oportunidad de mostrarse -aunque se presenten como dignos-, y quizá hasta dictadores en potencia si se les permite. Es esa suerte de izquierda que visualiza el mundo desde su perspectiva de privilegio y distinguen muy hábilmente a los corruptos del otro lado de la acera política, mientras ignoran a los que tienen a su lado. Algo así como los diputados fiscalizadores de todos los demás, menos de sus pares, que son realmente a quienes deberían de investigar.
Y mientras debatimos sobre una inexistente materia: la ética, pasan los meses, el tiempo, el gobierno, la administración, y nos orientamos hacia otro año electoral con las mismas ideas rancias, las costumbres habituales, el “yo no fui”, y la esperanza inexistente. Eso sí, este mes se conmemorará aquel logro de la Independencia ¡Vaya sociedad que estamos conformando!