Hoy las elites respiran más tranquilas. ¡De la que nos hemos salvado!, se escucha una y otra vez. Con la exclusión de Carlos Pineda ha vuelto la calma. Su súbito crecimiento y la inminencia de su triunfo pese a que la televisión abierta ni los grandes capitales, mucho menos los partidos políticos preferidos por conocidos lo hubieran impulsado puso demasiado nerviosos a los del gran poder.
¿Qué más da que el proceso pierda otro poco de credibilidad teniendo que expulsarlo mientras va al frente de las encuestas?
¿Qué importa si se ha hecho demasiado notoria la arbitrariedad en las inscripciones de partidos y candidatos según convenga al régimen de impunidad y corrupción?
Lo importante es que prevalezca el sistema. Eso es lo que cuenta. Además, los seguidores de Pineda muestran una silenciosa mansedumbre al aceptar su expulsión.
Y aunque algunos argumentan que el riesgo real consiste en que Pineda tenga vínculos con el narcotráfico (un extremo que parte de meras conjeturas), no se observa la menor preocupación porque, de ser cierto, la Policía, el Ministerio Público ni el sistema de justicia aborden el asunto incluso cuando una persona está a las puertas de llegar a la Presidencia.
La paz reina en los corazones de los miembros de la elite porque ninguno de los cuatro candidatos con opción de pasar a segunda vuelta les inspira inquietud. Imagínense el riesgo de que Thelma Cabrera o Roberto Arzú tuvieran una oportunidad.
El río ha vuelto a su cauce y ahora pueden, como suele ser habitual cada cuatro años, volver a la tarea de inspirar rechazo hacia Sandra Torres a quien se da como una segura participante en el balotaje. Pero incluso en el caso de un triunfo suyo, habría tranquilidad, toda vez que la buena Sandra ha expresado ya su complacencia con el sistema tal y como funciona con las Cortes y el Ministerio Público cooptados.
Están decepcionados de Zury Ríos, quien no ha dado la talla. Y tanto Unionistas como integrantes del partido Valor dan por un hecho su tercer puesto el 25 de junio. Se percibe una dulce resignación ante el resultado. ¿Acaso ha notado usted que no han hecho la menor modificación en su campaña pese a las mediciones adversas? La expulsión de Carlos Pineda les ayuda a mejorar un poco el rendimiento de Zury (del cuarto al tercer lugar) pero la sensación es que será Edmond Mulet el contendiente de Sandra y la hija del caudillo habrá de volver a California a lo suyo.
Edmond, al final de cuentas, ha sido siempre un hombre del sistema. Y la suspicacia sobre él, debido a sus largos años de trabajo en la Organización de Naciones Unidas, empieza a disiparse tras su declaración oficiosa en contra de una nueva Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). Ese ha sido el santo y seña indispensables para admitirlo por bueno.
Edmond es un candidato confiable. Baste ver quiénes integrarán su bancada en el Congreso. Esa es suficiente garantía para confiar en que no intentará hacer elegir una Corte Suprema con magistrados independientes o no alineados, mucho menos se atreverá a pedirle la renuncia a Consuelo Porras y respetará y se subordinará al poder de la Fundación Contra el Terrorismo ni tampoco nombrará como Fiscal General, cuando corresponda, a alguien que no sea del agrado de las elites.
El sistema está a salvo.
Por último, ahí se encuentra Manuel Conde a quien Miguel Martínez, hacedor de reyes y señor de señores, ve como el futuro Presidente.
A las elites seguramente les disgustaría tener que convivir con el mismo partido oficial por dos periodos consecutivos, con la arrogancia y soberbia que eso puede acarrear entre los gobernantes, pero también los tranquiliza la lealtad de Conde y de Miguelito y por supuesto de Alejandro al orden social impuesto en Guatemala y sobre todo, al modelo económico de expulsar migrantes para cobrar remesas.
Pero no se ve por ningún lado un interés suyo por entender cuáles han sido las causas del surgimiento de un fenómeno como Carlos Pineda. Estudiar la pérdida de eficacia de la televisión abierta como sistema de difusión para promover a sus candidatos y el riesgo que supone, a futuro, que otros aspirantes quizá más resueltos y menos amigables con el sistema puedan convertirse en un desafío de corto plazo a punta de puras redes sociales.
El sistema está a salvo, por la gracia de Dios.