Los cuerdos de mi pueblo
Todo lo contrario a un cuento de Navidad en las vísperas de las fiestas.
Publicado el 19 Dic 2025

El mío era un pueblo de locos, aunque sólo unos cuantos eran oficialmente reconocidos. Como la Supermana, mujer de piel tostada y greñas tiesas que se desnudaba sin pudor en la fuente de la Sirena para darse un baño a media mañana. Incómodos, los agentes de Policía se la veían muy complicada para sacarla del agua y vestirla.

O el viejo de abultado pescuezo debido al bocio, tendido permanentemente en la acera de una calle que desembocaba en el Parque. Medio pueblo disfrutaba pasar gritándole “suegro” para escuchar la esperada retahíla de insultos que lanzaba con su voz aguardentosa.

O Paclón, pequeño y delgado, con el bastón en una mano y un megáfono de hojalata en la otra. A Paclón podía contratársele para hacer publicidad a cualquier negocio a cambio de alimentos o unos pocos quetzales. También se le contrataba para ir de esquina en esquina pronunciando la esquela de un difunto fresco.

Pero sin lugar a dudas, de todos los locos de mi pueblo, el más peculiar era Bruno.

Menudo de figura, su pelo estaba siempre bien peinado y engominado y sus rulos se organizaban de tal forma que uno de ellos colgaba permanentemente sobre su frente. Iba vestido con ropa limpia y planchada y sus zapatos lucían lustrados aunque él caminaba de un extremo a otro del pueblo. Bruno era un acosador pasivo de mujeres hermosas. Un sátiro en potencia. Elegía por temporadas a una señora especialmente guapa, o a una adolescente muy bonita, casi siempre de piel blanca, de ojos claros o de preferencia rubia y la elevaba a los altares al denominarla “la Virgencita”. Se apostaba a la salida del colegio para ver de lejos a la niña que le gustaba, o a la señora que llegaba a buscar a sus hijos. Estudiaba, sin intervenir, con quién hablaba el objeto de su devoción y una vez que éste se hubiera ido, se acercaba a los otros niños y sin pedir pruebas ni milagros los canonizaba. Los bautizaba “niño Santito” porque “es amigo de la Virgencita”.

Los santitos tenían derecho a que los invitara a una bolsa de mango con pepitoria de Q0.05 centavos o a un helado artesanal de barquillo y doble jarabe.

Bruno se aprendía las rutinas de sus amores y en cuanto las veía alejarse en el vehículo que las llegaba a traer, emprendía el camino al siguiente sitio donde podía, de lejos, siempre de lejos, observarlas. Para fastidio de las virgencitas y sus parientes, siempre aparecía en el lugar a donde llegaran.

Se enamoró de maestras, de alumnas, de mujeres casadas que lo aborrecían todas por igual. Le lanzaban agua para ahuyentarlo, le corrían con un garrote en la mano, pero él volvía impenitente a hacer guardia a prudente distancia. En más de una ocasión un marido o un padre furioso le dio una paliza sin lograr que escarmentara. Desaparecía por un tiempo, a lo más, y luego regresaba.

Hasta donde yo sé, nunca se acercó a ninguna de las mujeres de las que se enamoraba de esta forma delirante pero tampoco es que en aquella época hubiera forma legal de impedirle aproximarse a los objetos de su devoción y nadie sabe si actuaba de manera más amenazante con otras mujeres.

Supongo que es la nostalgia del final del año, o la falta de cordura para discutir asuntos de importancia nacional como el aumento al salario mínimo, los convivios de los abogados para promover el voto a favor de los corruptos o los precandidatos y los alcaldes repartiendo tamales y regalos por estos días lo que me hace pensar en estas memorias remotas, más inquietantes que plácidas.

Les deseo Feliz Navidad a todos. Y más que a nadie, a los locos de mi pueblo.

Juan Luis Font
Juan Luis Font

33 años de hacer periodismo, reportear, conducir, fundar y dirigir medios.

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Sobre Juan Luis Font

33 años de hacer periodismo, reportear, conducir, fundar y dirigir medios.