Si el sistema de Justicia no es independiente, si el sistema está cooptado, la república, como forma de gobierno, deja de definirse como tal.
El re encarcelamiento de Jose Rubén Zamora, fundador del diario elPeriódico, quien ya pasó los primeros 813 días en prisión sin que haya condena en su contra, sin haber podido defenderse de manera apropiada, con una larga lista de sus abogados perseguidos, sin sus pruebas de descargo aceptadas, pone en evidencia la manipulación más notoria de la justicia.
Es impactante que el presidente de la Cámara de Amparos de la propia Corte Suprema de Justicia haya decidido, el día mismo en que se ordenaba devolver a la prisión a Zamora, suspender la sesión en la cual conocería una acción de amparo de sus defensores para impedir que esto ocurriera. El magistrado Carlos Ramiro Contreras deja en evidencia su alineación con quienes criminalizan a Jose Rubén.
Pero más impresionante todavía, grotesco en realidad, es que el juez a cargo de dictar la prisión domiciliar de Zamora, quien le permitió dejar la prisión para volver a su casa, haya denunciado que él y su personal son objeto de intimidaciones y amenazas. El juez Erick García afirmó que se veía obligado, por orden de la Sala Tercera de Apelaciones, a devolver al periodista a prisión. Y que frente a esta denuncia, los tres poderes del Estado prefieran guardar silencio, es todavía no solo más escandaloso sino totalmente descorazonador.
Institucionalmente Guatemala ha claudicado.
Si el Organismo Judicial permanece impávido frente a un juez que se reconoce amenazado; si el Congreso de la República se desentiende en sus 160 representantes de una denuncia de tal calado; si el Presidente del Ejecutivo prefiere no abordar el tema presumiblemente por temor él mismo a ser criminalizado, ¿de qué sistema republicano hablamos?
La nuestra es una república secuestrada. Que finge cuando puede cumplir con las formalidades de la democracia, pero que está dispuesta también a ocultar la cabeza en la tierra cuando la evidencia es demasiado abrumadora.
¿Qué voz se levanta contra esta desgracia?
Hay un silencio atronador detrás de la demostración de que la fuerza, y no el derecho, no las leyes, ni la Constitución, rigen nuestra vida y marcan nuestros límites.
Guatemala no vive una democracia. Y tristemente, no hay autoridad que la defienda.