Diana acaricia una serpiente pitón con la yema de los dedos y con cuidado le quita una capa de piel blanquecina que se va desprendiendo poco a poco. Como si fuera una película de pegamento. La serpiente mide más de tres metros y se mueve lento entre sus manos, se extiende y se enrolla, como en una danza. Diana está descalza y sonríe al verla, como una niña que juega con un conejito o con un cachorro peludo. Diana tiene una pitón café de más de tres metros. Admira a las serpientes y a las tarántulas y a un montón de insectos que viven en su jardín.
Se llama Diana Reyes y tiene 13 años, los animales que a otros niños harían correr despavoridos a ella le dan ternura, aprendió desde pequeña a amar la naturaleza, a cuidar de todas las especies y a conocer la importancia que cada una desempeña en el ecosistema. Lo aprendió de sus padres: Dinora Yuc, una abogada y notaria, y Gabriel Reyes, fotógrafo y escultor, una familia que vela por la vida silvestre y que se propuso una misión: compartir la pasión y el amor que sienten por los anfibios y los reptiles, y sobre todo, ayudar a frenar los asesinatos de estas criaturas, principalmente de serpientes.
Los bichos de Diana es un proyecto que se puede visitar en Ciudad Vieja y en donde Diana, sus padres y algunos voluntarios dan un recorrido guiado, que dura unos 45 minutos, aunque a veces se extiende hasta tres horas, porque los visitantes tienen cientos de preguntas para la familia. La que más escuchan quizá es: ¿las serpientes atacan? Y Gabriel Reyes, el padre, se apresura a responder con un rotundo: No. “Es un mito que las serpientes ataquen, si uno no se mete en su espacio ellas nunca se meten con uno”, dice, y para ejemplificarlo cuenta que a lo largo de su vida lo han mordido cinco perros y ni una sola serpiente “y eso que yo las ando buscando”, cuenta. Tiene más de 30 especies documentadas y ha rescatado a tantas que no sabría contarlas. Sin embargo, nunca se ha sentido amenazado por una serpiente.
La familia se dedica a la conservación de las especies y a la educación ambiental, ofrecen cursos en colegios e institutos porque creen que los niños y jóvenes deben conocer sobre el ecosistema y su funcionamiento. También viajan a fincas, para concientizar a los campesinos sobre la importancia de no matar a los animales silvestres. Eventualmente reciben llamadas de vecinos que les alertan cuando alguna serpiente se encuentra en territorio urbano, ellos acuden a casas o calles donde las vieron, las rescatan y las llevan de vuelta a su hábitat.
Diana heredó de su padre ese amor por las serpientes y él lo heredó también de su propio padre. El abuelo de Diana, un agricultor que trabajaba en el campo, le enseñó a respetar la naturaleza. Cuando Gabriel era niño, solía acompañar a su padre en la parcela y no era extraño que se toparan con alguna serpiente, el padre la espantaba hacia algún monte y continuaba su camino. Durante años de trabajo en el campo las serpientes siempre lo respetaron y él a ellas. Le enseñó a Gabriel el respeto mutuo con la naturaleza. “Esa serpiente se come a los ratones que se comen mi milpa”, le explicaba. “Mi padre que solo alcanzó primero de primaria tenía esos conocimientos, sabía que la naturaleza se organiza a sí misma y que mientras menos intervenga el humano, mejor”, recuerda.
Serpientes masacradas
Gabriel Reyes llora en el hombro de su esposa cada vez que se encuentra con serpientes muertas en el campo. “Las machacan como no tiene idea”, cuenta “es como si les tuvieran odio. Es algo horrible. Es muy impactante y me duele mucho ver estos asesinatos tan crueles”.
No se puede poner un número a la cantidad de serpientes muertas cada año, pero él estima que se cuentan por cientos. “Los reptiles y anfibios son muy mal vistos por la gente y normalmente los exterminan. Lamentablemente la ignorancia y el desconocimiento de la gente hace que les tengan miedo”, cuenta.
“Una de las causas por las que las exterminan son por temas culturales que se fueron aprendiendo de los colonizadores europeos. Antes de que los europeos vinieran a América las culturas mesoamericanas, los mayas, los aztecas, tenían por deidades a varias especies de serpientes, eran respetuosos de la vida silvestre. Los europeos descomponen ese concepto y empieza la gente a exterminar serpientes, les han enseñado que son del “mal” por el cristianismo. Pero lo cierto es que no existe ninguna razón válida para exterminar serpientes”, asegura. ¿Ni si quiera a las venenosas? Se le pregunta y responde moviendo la cabeza de derecha a izquierda: ninguna.
“Creemos que en Guatemala mueren unas diez personas al año por mordidas de serpiente, sobre todo comunidad agrícola, pero es un número insignificante en comparación con la cantidad de serpientes que mueren asesinadas. Yo suelo enterarme de unos 30 a 40 asesinatos al año, son solo los que yo me entero, son muchísimos más, son cientos y el 90% de las serpientes asesinadas en zonas agrícolas son inofensivas. Es grave que la comunidad agrícola no tenga información sobre estos animales”.
¿Qué debería hacerse entonces? Reyes y su familia lo tienen claro: respetar su espacio. “La mayoría de las mordidas son en los pies, porque la gente sigue trabajando descalza en las zonas agrícolas y eso es una gran irresponsabilidad. Ahorita que estamos en plena cosecha de café es la pelea que yo tengo siempre, que deben usar botas de hule, tenis, pero no un caite, eso pone en riesgo de pisotearla y ser mordido. A mí me da tristeza y coraje porque después resulta que la culpa es del animal y no es así. Si uno tiene cuidados mínimos, la probabilidad de ser mordido es de uno en un millón. Si yo invado el espacio del animal se puede sentir agredido y tirar la mordida”.
¿Qué hacer entonces? Gabriel responde que nada, que mientras menos intervenga, mejor; basta con no acercarse y la serpiente seguirá su camino lejos del humano.
¿Por qué es tan importante no asesinarlas? Para responderlo, Gabriel pone un ejemplo: “Uno de los topos más comunes en el valle de La Antigua es el que la gente le llama Taltuza, llega a pesar unos 800 gramos, es un topo grande. Esta Taltuza causa una cantidad de problemas actualmente en las faldas de los volcanes y los cerros porque se alimentan de raíces, tubérculos y otro montón de plantas, y uno de los cultivos más afectados por este topo es el camote y el maíz cuando está en crecimiento. Actualmente, la cantidad de topos está aumentando mucho, porque cada vez es más raro ver mazacuatas de tierra fría, es una especie no venenosa, muy tranquila y yo llevo años sin ver ejemplares que midan más de metro y medio. Son capaces de tragarse presas grandes como este topo, pero están desapareciendo y por eso la población de topos crece desmedida. Lamentablemente, empieza el desequilibrio biológico”, cuenta. La naturaleza, enfatiza Gabriel, se organiza a sí misma, todo está cuidadosamente planeado, una especie devora a otra y es así como se mantiene el equilibrio, la intervención de los humanos solo altera ese orden.
“La zumbadora café o negra, llega a medir tres metros y medio, pero desgraciadamente ver un ejemplar que pase los dos metros y medio es un sueño, tristemente las han masacrado. Ellas comen serpientes venenosas, una razón más de por qué insistimos en que hay que protegerlos”, comenta.
Gabriel habla sobre las abronias, una especie de lagartija endémica de Mesoamérica que habitan en bosque nubosos, “pero no se ha vuelto a encontrar desde 1983 y eso es muy grave, tenemos como meta volver a documentar a la especie y saber que ahí está, pero llevo más de 20 años buscándola y no está”.
Diana muestra feliz dos cucarachas gigantes que casi ocupan la palma de su mano al completo, se mueven entre sus dedos, “son cucarachas gigantes de Madagascar”, cuenta y sonríe, después invita a todos los que quieran visitar el jardín. La entrada cuesta Q3 por persona y es preciso reservar al menos 48 horas antes de la visita. Los pueden encontrar en Facebook como Los bichos de Diana.
Financiar el proyecto no es sencillo, de momento lo costean con sus propios ingresos, lo que cobran de entrada no alcanza para cubrir los gastos, así que les toca sacar de sus bolsillos. “Si les pido que donen dinero para los pandas en China y les muestro un video de los pandas comiendo bambú, se enamoran y donan de inmediato, pero si les pido que nos ayuden porque estamos salvando serpientes y queremos rescatar a las serpientes venenosas, se horrorizan y nadie da nada”, dice Gabriel entre risas.