Cuanta falta hace en Guatemala una propuesta política de derecha, moderna y democrática. Y con una pizca de imaginación que sazone su soso discurso. Una derecha que se aparte de la desabrida cantaleta de la ideología de género o del uso torpemente hipócrita de la soberanía nacional. Con esos argumentos fracasaron penosamente el 25 de junio hace un año.
Malaya una derecha capaz de hacer soñar a los guatemaltecos con un futuro mejor para todos a partir de la creación de riqueza. Para todos, digo, porque la derecha nacional se ha ocupado de defender como panacea el modelo neocolonial disfrazado de liberalismo. La concentración de la riqueza como aspiración y el ordeño del Estado por parte de unos cuantos bendecidos. Eso defienden Álvaro Arzú y Alan Rodríguez, por eso fracasó como candidata Zury Ríos y por eso tropezó en el último momento Edmond Mulet. Por prometer que la vida seguiría igual que con Alejandro Giammattei y Jimmy Morales. Valiente derecha la nuestra.
El electorado nacional, para nada revolucionario, premiaría sin duda a quien ofrezca un futuro prometedor para la mayoría, con base en esfuerzo y premiado según la capacidad individual, pero que rompa con la socorrida ideal de que las oportunidades deben concentrarse en las mismas manos.
Una derecha que abandonara la malsana idea de acabar con el Estado y, en cambio, se propusiera hacer eficiente lo que solo mediante la acción colectiva se puede atender de manera eficaz. Por ejemplo, un proyecto para montar el sistema de salud pública más dinámico del que se tenga idea. Imagine usted que el país construyera un mecanismo nacional para atender a enfermos renales crónicos, a imagen de como ya lo hacen fundaciones privadas, o un sistema para dar terapias a personas con discapacidades. Un sistema descentralizado de atención al paciente de cáncer.
El contra argumento a esta idea es que sería mejor dejar la atención de los pacientes en manos del mercado. Y eso ha significado en nuestra historia que miles de personas carezcan de tratamiento en todos estos males. La derecha podría proponer estas ideas de manera pragmática y sin atarse al cinturón de castidad que la Universidad Marroquín le ha impuesto en la cabeza: que solo lo privado funciona.
Una derecha que proponga la edificación de un auténtico sistema de servicio civil que haga competir a los más aptos para cada plaza pública y los reevalue periódicamente para motivarlos a rendir lo necesario. Que estimule al empleado público a mantenerse actualizado y con capacidad de innovación en su área de conocimiento. Me dirán que eso resultaría muy caro de remunerar. Más caro resulta no tenerlo.
Una derecha que proponga la auténtica revolución educativa, no basada como suele hacerlo, en procurar privatizar las oportunidades sino democratizándolas. ¿Cómo? Con inversión en formación de maestros, con la creación de un sistema de mérito real en el magisterio, con la estimulación de la competencia entre escuelas y directores de estas.
Un sistema que garantice acceso real, efectivo, al aprendizaje de inglés, de codificación, al desarrollo de destrezas blandas y de educación financiera. Que proponga la reforma constitucional para crear nuevas universidades públicas. Que acerque la educación universitaria a los pueblos indígenas y la haga útil para mejorar su nivel de vida.
Una derecha que deje atrás el concepto del Estado como su instrumento para crear y proteger fortunas particulares. En cambio, que se atreva a arriesgar en alianzas público-privadas de opciones disruptivas, como una carretera paralela al litoral Pacífico de frontera a frontera y no solo en apuestas de negocio seguro aunque menos útil para el país, como la ruta Puerto Quetzal-Escuintla.
Una derecha que abandone su visión colonialista de uso de la tierra para cultivos intensivos y, en cambio, promueva proyectos de valor en el territorio, como la creación un corredor biológico a largo del río La Pasión, en el sur de Petén. No pelean entre sí los cultivos de Palma y la ganadería con el rescate de las márgenes del río para devolver su hábitat a la fauna y fomentar el turismo ecológico en la segunda zona más rica en términos arqueológicos de todo el país.
Una derecha que persuada de la necesidad de ordenar el territorio y haga comprender que, el sacrificio de metros cuadrados para áreas verdes, para mejorar la movilidad, no suponen una pérdida sino una inversión para construir ciudades más amables a largo plazo. Que mueva a la construcción del Metro y el tren de superficie en la ciudad de Guatemala.
Una derecha que imagine al país de otra manera. No como la gran finca en la cual pequeños y paupérrimos poblados emulen los Nacimientos de las Navidades pasadas, sino un país pujante, con gente capacitada para competir por los mercados más exigentes y un liderazgo renovado que inspire a buscar pujanza y bienestar para todos. Un país distinto.