Creo que patético, lamentable, inescrupuloso, asqueroso o indecente, pueden ser algunos calificativos -hay más- que pueden acompañar el actuar de -y aquí viene lo trágico- una parte importante de la ciudadanía de este país.
Un reportaje periodístico expone la cantidad de policías nacionales (PNC) que, en lugar de estar en las calles protegiendo a quienes les pagamos con nuestros impuestos, mientras sufrimos las consecuencias de la delincuencia, están asignados a “proteger” a diputados y a sus familias. Afortunadamente, el ministro de gobernación ha liberado a más de noventa (90) de ellos de tan “ardua misión” y ha mandado al carajo a esos honorables de pacotilla que en el fondo son unos mamarrachos. La pregunta no contestada, pero espero tener pronto la respuesta, es cuántos policías hay asignados a otros grupos, lugares y personajes que cuentan con privilegios.
Por si fuera poco, en estas fechas fue detenido un exdiputado que expone al público el contenido del artículo 74 de la ley de armas y municiones, el cual otorga licencia de portación por razón del cargo a una serie de autoridades, desde el Presidente hasta los exdiputados. Así como lo oye: “exdiputados”. Todos esos personajes no requieren, como usted o yo, licencia de portación, y cuentan con la suerte de poder defenderse si sufren agresiones. Tampoco sufrir las consecuencias de la no renovación de la licencia si comenten alguno de los delitos del artículo 73 -otro privilegio- ni mucho menos certificar, como indica el artículo 72, que no padecen ni ha padecido enfermedades mentales, tiene antecedentes penales o policiales, han superado las evaluaciones que se indican en el artículo 75 o pagan la tarifa que se exige al resto de ciudadanos. En resumen y caricaturizando: cualquier autoridad que sea un granuja -y hay muchos- o un delincuente -y hay más- tiene esos privilegios de los que carecemos el resto de los ciudadanos a quienes no cuesta obtener la licencia, dinero y trámites.
Si suma los teléfonos, computadoras, carros, guardaespaldas, seguros privados, comidas copiosas y otras ventajas, da igual que usted trabaje cinco o seis horas más cada día, porque ese dinero será destinado a una carga impositiva que ellos machacan con esas prebendas. Las últimas, y quizá las más onerosas, los bonos que se recetan, como el reciente del Tribunal Supremo Electoral, que asciende a Q 5,000 para todos, por carestía de vida, como si la vida solo hubiese subido para ese grupo de ignominiosos.
Somos una vergüenza de país. Unos -muchos, demasiados- porque se aprovechan cuando pueden del resto; otros, -menos cada vez- porque dejan que se aprovechen de ellos. De estos últimos, un porcentaje alto, pensando que llegará su turno de aprovecharse, así que es misión imposible querer arreglar un país cuya mayoría de habitantes defeca en la ética cada mañana, pero también en la tarde y por la noche.
Desconozco en qué momento se generó ese vector de aprovechamiento de todo lo que aparece enfrente, y no me digan que son lo políticos que eso ya no me lo creo. Estamos enfermos de ansias, de trapicheos, de coimas y porcentajes, de engañarnos los unos a los otros, y de falsificar facturas para entrampar más y mejor. La decencia se debió de perder en el XVIII, si es que la hubo, y no hay manera de avanzar. Se busca la letra pequeña para clavar al vecino; se cambia el número de la casa para que “por error” no llegue la citación del juzgado; se elude el pago de la pensión alimenticia; se amenaza a la esposa divorciada para que no se le ocurra salir con otro, porque es propiedad del maromo de turno. Es vergonzoso, penoso, triste, deprimente, hastío, lidiar con ese forma de pensar innoble, forzada, construida sobre cimientos inmorales y practicada por doquier.
Quizá, y solo quizá, por eso en épocas de dictadores se avanzaba más. Alguien, a lo mejor equívocamente, imponía razones que la razón hoy desconoce. Quizá también por eso, unos extrañan -o citan con frecuencia a Ubico- y otros a Ríos Montt, como un reconocimiento de que si alguien no viene a darnos un palo detrás de las orejas no seremos nosotros quienes actuemos. Cada vez más entiendo el “ubiquismo” y a la conclusión que lleva, muy lejos de mis sentimientos, voluntad y deseos, pero tan cerca de la realidad que no puede obviarse.