Las luchas de Anita Murga
En 2005 secuestraron a los padres de  Anita Murga, al final la madre fue liberada, pero a su padre lo asesinaron. En el corazón de Anita quedó una interrogante dando vueltas ¿cómo alguien puede hacer tanto daño? ¿por qué un ser humano es capaz de lastimar así al asesinar a un padre y afectar a […]
Publicado el 23 Nov 2021

Las luchas de Anita Murga

En 2005 secuestraron a los padres de  Anita Murga, al final la madre fue liberada, pero a su padre lo asesinaron. En el corazón de Anita quedó una interrogante dando vueltas ¿cómo alguien puede hacer tanto daño? ¿por qué un ser humano es capaz de lastimar así al asesinar a un padre y afectar a toda una familia? En lugar de odio, Anita buscó respuestas. Investigó y descubrió que en muchas comunidades de Guatemala les matan el alma a los niños. Desde pequeños las pandillas los reclutan y les ofrecen el camino de la violencia como única alternativa, los convierten, poco a poco, en seres capaces de causar dolor. Después de tener la respuesta se hizo otra pregunta, ¿qué podemos hacer para que esto no pase? Otra vez, días de investigación y de pensamiento. Una noche escribió en su libreta: “amor y bienestar”, los dos ingredientes que todo niño debía de recibir para no convertirse en un asesino desalmado.

Decidió tomar cartas en el asunto y así nació Ambi, la fundación Amor y Bienestar, que es un homenaje a su padre, a quien llamaban Andi, “él fue mi amor y bienestar”, cuenta. Ahora, Ambi atiende a unos 500 niños de comunidades en riesgo, reúnen a los chicos en espacios seguros y les dan formación, “una metodología de valores cívicos, morales y sociales que nosotros hemos creado, les ayudamos a hacer un plan de vida, trabajamos con sus familias para forjarles emprendimientos”, cuenta.

No es la única lucha que Anita ha enfrentado. Su madre y su esposo murieron a consecuencia del cáncer. Ella también lo enfrentó, años antes de que diagnosticaran a sus familiares, ella ya había cruzado esa batalla, tenía 32 años cuando recibió la noticia. Este es su relato, la historia de cómo vivió el cáncer desde el diagnóstico, hasta el día en que, en un hospital, tocó una campana en señal de que lo había vencido.

La historia de Anita

Me detectaron el cáncer en marzo del 2015, para entonces yo tenía un bebé que estaba a punto de cumplir un año. Unos meses antes, en diciembre hablamos con mi esposo de la posibilidad de tener otro hijo, entonces fui con mi ginecólogo para hacerme un chequeo. Mi médico, que es alguien muy minucioso, muy juicioso, me dijo que veía algo que no le gustaba y que quería que regresara en enero de nuevo.

La verdad yo me atrasé un poco en volver, y en febrero me llamó la secretaria para recordármelo. Cuando llegué el doctor me dijo “mire lo que yo veía ahí, como que ya duplicó su tamaño y lo mejor es que se lo quite”, porque estaba un área en la que no es muy común el cáncer. Yo tuve cáncer vaginal. Me pidió que regresara en un par de semanas más y que entonces me lo extirparía. Fue Semana Santa y al regresar de las vacaciones fui supuestamente a que me lo quitaran, pero el doctor decidió ya no hacerlo y creo que esa decisión de último minuto fue la que me salvó la vida. Me dijo que estuvo meditando y orando para tomar la mejor decisión y que pensó que, si era algo malo se podía regar. Era probable que fuera benigno, pero él pensó que era mejor saberlo antes de extirpar y entonces decidió hacer solo una biopsia.

Una semana después me llamó mi esposo por teléfono. Yo iba de regreso del trabajo, iba manejando y de pronto me dijo que mi resultado había sido positivo. En un inicio no entendía nada, no sabía de qué me estaba hablando. Yo le decía “pero no me hice pruebas de embarazo, yo no estoy embarazada”. Nunca me imaginé que iba a ser un diagnóstico de cáncer, porque era muy poco probable que fuera maligno. Pero lo era.

El médico había llamado a mi esposo para pedirle que me lo dijera, porque era un cáncer muy agresivo y en un área que no era frecuente, no había experiencia en tratar ese tipo de cáncer aquí. Entonces dejamos al bebé con mi suegra y fuimos al doctor de una vez. Nos explicó las opciones y nos dijo que la mejor era quitar toda mi área reproductora.

Todo. Él no era oncólogo, pero me ofreció que, por la relación de cariño que teníamos, podía participar en la operación junto a un oncólogo. Yo tenía 32 años y me hablaba de menopausia. No entendía nada, para mí era como estar en blanco.

Nos dio el contacto de un oncólogo y salimos de allí. Mi esposo dijo que lo mejor era tomar segundas o terceras y hasta cuartas opiniones, para ver si verdaderamente era eso lo que había que hacer. Fuimos a casa de mis suegros, mi suegra es alemana y mi esposo le dijo algo en alemán, pienso que trató de que no me sintiera mal. Esos momentos son tan raros. No nos dijeron nada y solo nos abrazaron.

Después fuimos a casa de mi mamá. Nos sentamos en la sala, estaba mi mamá y mi hermano y ellos pensaban que teníamos una alegre noticia, que estaba embarazada otra vez. Mi mamá era viuda y sobreviviente de cáncer, había tenido cáncer de mama hacía unos 13 años. Para mí lo más impactante de ese “positivo” fue ver la cara de mi mamá cuando le dije que tenía cáncer, creo que es algo que la lastimó mucho y mí me lastimó mucho lastimarla. Ella, en un segundo ya sabía todo lo que se venía, lo había vivido.

Gracias a Dios fue un hallazgo temprano, era un tumor pequeño, pero era un área que no había expertisse. No hay protocolos para este tipo de cáncer. Se hace un estudio de las células y para cada célula hay un protocolo específico, pero en mi caso no había.

Visitamos varios doctores y todos decían lo mismo: “Yo nunca he visto una persona de esta edad con ese tipo de cáncer”. Y la recomendación de todos era la misma: “Deberían salir del país”.

Yo trabajaba en una fundación y lo platiqué con mi jefa, le dije que necesitaba renunciar porque empezaba una carrera por salvar mi vida. Le pedí que no lo contara a nadie, no quería que se supiera que tenía cáncer y sobre todo en el área reproductora, todos piensan que hiciste algo mal, hay tanto estigma, y no quería que nadie opinara sobre mí. Pero ella no me hizo caso y lo habló con su jefa, que vive en El Salvador. Ella me escribió me dijo que le habían contado y me pidió que le mandara las fotos de mi diagnóstico, porque las quería compartir con un amigo suyo.

Todos los médicos me habían dicho que la mejor opción era un hospital en Houston que se llama Henry Anderson, pero que la verdad es que era muy difícil entrar. Solicité ingreso desde ese momento y me dijeron que se tardaban de dos a tres meses para darme una primera entrevista. No tenía mucho tiempo y verdaderamente no me quería ir del país, porque yo confío en el doctor que me diagnosticó, le tengo mucho cariño y él se comprometió a hacer las cosas. Pero cada vez que hablaba con alguien me volvían a decir que en Guatemala era muy difícil.

Unos días después mi jefa me cuenta que le compartió las imágenes de la patología a un amigo suyo por WhatsApp y el amigo casualmente las recibió cuando estaba tomándose un café con la jefa del departamento de ginecología del hospital Anderson, el que tanto me habían recomendado. Fue un milagro. Me preguntaron si tenían seguro, porque si no era imposible, gracias a Dios tenía un seguro internacional. Eso fue un día miércoles y para el martes siguiente ya tenía agendada una cita. Mi hijo cumplió un año, le celebramos su cumpleaños ese fin de semana y el lunes nos fuimos a Houston con mi esposo, mi bebé y mi mamá.

Yo tenía un primo que vivía allá, no lo conocía tanto, pero nos abrió las puertas de su casa y nos quedamos allí. En el hospital estaban verdaderamente impactados de que un doctor de Guatemala hubiera encontrado ese tumor, que era muy difícil de encontrar. Yo le debo la vida a mi doctor, él encontró un tumor donde muy pocos médicos lo hubieran encontrado. Se tomó el tiempo de pensarlo, de tomar excelentes decisiones.

En Houston me dijeron que tenía un 85% de probabilidades de tener éxito.

Fueron ocho quimioterapias y 25 radioterapias externas y una semana de radioterapia interna. Yo no entendía muy bien lo que era, pero lo empezamos. Mi esposo se tuvo que regresar, se quedó mi mamá y mi bebé. Mi hijo dio sus primeros pasos en un hospital, fue algo muy emotivo.

Todos los días iba a mi radiación y una vez a la semana a quimioterapia, me iba en bus al hospital, pero siempre, al regresar, a medio camino tenía que parar en un baño, me bajaba en un Burger King y los empleados de ahí ya sabían y me dejaban usar el baño sin decir nada.

Después empecé la radioterapia, que, diciéndolo fácil, es el dolor más grande al que me he enfrentado. Podía presionar un botón cada media hora para tener analgésicos, me dijeron que era algo mucho más fuerte que la morfina y yo me pasaba el día contando Mississipi para ver cuánto me faltaba para la próxima. Fue duro, fue difícil, fue doloroso, pero me pongo a pensar que yo estaba en un hotel cinco estrellas, con enfermeras amorosas que llegaban a cada poco y me limpiaban la sangre, he hablado con mujeres que lo pasaron aquí en hospitales privados y fue muy diferente, no digamos vivirlo en un hospital público. Muchas mujeres sufren hasta violencia en los hospitales, las enfermeras les dicen que “por qué se lo buscó”, porque tener un tumor en el área pélvica siempre es un estigma.

Yo sé que sobreviví por muchas cosas, por la sabiduría de mi esposo de buscar más opiniones, por las decisiones que se tomaron y porque me abandoné en mi equipo de soporte y porque mi objetivo era pasar el tiempo con mi hijo, no sabía cuánto más lo iba a tener y trataba de aprovecharlo. Siempre me mantuve positiva, pero yo soy muy planificadora y sí pensaba en cómo quería que fueran las cosas si yo no estaba. Pensé en mi cuñada, la madrina de mi hijo, para que ella se hiciera cargo de mi bebé y todas las noches oraba por ella, le pedía a Dios que le diera sabiduría y amor para cuidarlo.

La recuperación fue muy difícil. Por la radiación perdí control de mis esfínteres, me quedó una úlcera sangrante, y no digamos una menopausia tan temprana. Además, enfrenté un proceso de duelo al saber que no iba a tener más hijos, yo soñaba con tener muchos hijos, gracias a Dios me permitió tener a mi único hijo, pero pasé un duelo porque deseábamos tener una niña. Mi calidad de vida cambió, tomo como doce pastillas al día, sin embargo, estoy bien, estoy viva, soy feliz y fui feliz durante mi tratamiento, traté de no pensar de más, me enfoqué en mi hijo y en ser feliz con él.

Siempre hay un antes y después del cáncer. Uno nunca vuelve a pensar igual. Antes decía cosas como “quisiera comprarme una bolsa de marca”, ahora lo único que quiero es pasar tiempo con mi hijo, valoro muchas cosas. Tampoco digo que comprar una bolsa sea malo, pero en mi caso me di cuenta que el tiempo es lo más importante. Ya nunca más hago cosas que no quiero hacer o estoy con gente que no quiero estar. Ahora valoro y vivo el tiempo.

Nunca te dicen “estas libre de cáncer”, lo que te dicen es “las células de cáncer están inactivas”. El día que termina es muy emotivo, tocamos una campanita y todos los que están en el hospital saben que saliste de eso y que te vas a tu casa con nuevas fuerzas. No puedo explicar lo que sentí cuando tocamos la campanita con mi esposo, mi mamá y mi bebé. Esas ganas de respirar, de tener más aire. Es inexplicable.

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