El señor Trump es una de esas personas que despierta pasiones, e incluso las mantiene activas cuando se está dormido. Un auténtico hacedor de opinión por lo que dice, hace o se interpreta, que quiere decir o hacer. Ha sido capaz de mover estructuras que hasta hace poco se consideraban inmutables, y lo más importante: ha vuelto a recuperar la confianza de más de 77 millones de votantes norteamericanos que lo han preferido a la “progresista” Harris. Se ve que los USA, la sociedad “más avanzada del mundo”, todavía no está preparada para tener una mujer presidente, algo que se intuyó en la pasada disputa Clinton-Trump, en la que también resultó ganador el rubio.
En esta ocasión, sin embargo, da la sensación de que Trump genera más que críticas, lo que siempre es normal -y bueno- en un gobernante. Promueve odio y amor incondicional. Ha sido capaz de polarizar la atención e impuesto al ciudadano, por ese efecto de polarizador de las redes, aquello de “conmigo o contra mí”. Los más recalcitrantes, no terminan de aceptar que la mayoría de votantes norteamericanos prefirió la opción republicana, y continúan señalando o maldiciendo cualquier cosa que el próximo presidente hace, sea el nombramiento de cargo, declaraciones contra la migración ilegal o aranceles que impondrá a ciertos países. Los más dóciles, quizá cegados por su personalidad, lo justifican, alaban y ven bien cualquiera de sus actos. Y es que el mundo polarizado impide reflexionar desde los extremos.
Mr. Trump es un bocazas, un cae mal y un histriónico, por lo menos. Sin embargo, se le llena la boca de razón en determinados temas que propuso en su campaña política. No es el santo que ven desde un lado ni el diablo que perciben del otro, sino un espécimen político de la nueva era, esa a la que todavía muchos no nos hemos adaptado, razón -posiblemente- de esa falta de entendimiento sobre su particular actuar.
Vivimos en una sociedad donde el progresismo y sus planteamientos condenan el conservadurismo u otras propuestas diferentes a las suyas. Es evidente que hablar en contra del aborto o diferir en ciertas cuestiones relacionadas con el movimiento LGBTQ+, supone ser condenado y tachar inmediatamente la propuesta de fascista o ultraderechista, calificativo que muchos medios han comenzado a utilizar para quienes difieren de la opinión publicada y políticamente correcta. Medios y personajes, dicho sea de paso, que se denominan demócratas y se erigen y presumen de ser defensores de los Derechos Humanos. Los mismos que son capaces de justificar, defender y publicitar el aborto, pero que condenan la pena de muerte impuesta por un tribunal ¡Contradicciones del mundo moderno!
Estamos en un punto de inflexión sobre el concepto de democracia liberal, pero también sobre los valores humanos. No sirven postulados tradicionales ni progresismos modernos, sino que las personas, a fin de cuentas, son más conservador de lo que creen algunos y cambian las cosas a la velocidad que son capaz de asimilar esos cambios.
Trump ha venido a poner en frente de muchos -y cuestionarlos- temas que se creían superados y daban por hechos, pero que estaban ahí sin analizarse en profundidad: el papel moderno de la dictadura china, la ausencia de la UE en el terreno de la defensa y de la seguridad y la migración y la drogas como fenómenos transnacionales sobre los que hay que reflexionar. Ha activado lo que seguramente será una Guerra Fría II centrada en la confrontación USA-China y no como aquella con la desaparecida URSS, ni mucho menos con la deprimida Rusia de Putin.
En todo caso, queda -guste o no- presidente para los próximos años, y viendo su personalidad se puede intuir que también sobrarán temas de debate y discusión, en el mejor de los casos. Mientras habrá que divertirse con esa confrontación permanente de muchos, por no superar el tema, y la alegría incompleta, de otros, por contar con un personaje como Mr. Trump
¡Siempre la polarización!