Desde que salimos de Guatemala, cada Navidad ha sido distinta.
Mi esposa y yo hemos vivido como nómadas por tantas ciudades que ya cuesta recordarlas. La primera Navidad fuera del país nos sorprendió en Chicago. Una tormenta de nieve espantosa nos impidió volver a Cleveland, Ohio, donde vivíamos. Pasamos la noche del 24 en el restaurante del hotel con dos de nuestros hijos, comiendo -agradecidos de que hubiera un lugar abierto- la cena de Navidad más extraña de nuestras vidas. Los guatemaltecos no comemos mariscos en las fiestas. Afuera la temperatura estaba más de diez grados bajo cero. Volver a la casa que nos prestaban, a siete horas de camino, sin aviones disponibles, ni trenes funcionando, mucho menos buses, fue un suplicio. Tuvimos suerte de encontrar un carro de alquiler por el que pagamos una pequeña fortuna para usarlo un solo día. Con las carreteras cubiertas de nieve y los cadáveres de los carros y contenedores vencidos por la tormenta en el arcén de la autopista, el viaje de regreso fue muy emocionante. Y lo amenizó El Buki.
Al llegar a la casa tuvimos que palear mucha nieve para entrar.
La segunda Navidad la pasamos en Washington. La Nochebuena fue de mucha ansiedad también, pero muy animada por amigos con los que compartimos exilio y por nuestros familiares que llegaron a pasarla con nosotros. Nos mandaron de Guatemala tamales de arroz, jugamos lotería y comimos y bebimos lo que cupo. Y nuestros visitantes de aquella noche, unos de un bando y otros del bando contrario en esta tierra nuestra, siempre dividida de manera irreconciliable, estuvieron a punto de encontrarse en el mini apartamento que rentábamos, pero por suerte en el último momento logramos evitarlo.
Esta tercera Navidad nos encuentra en Francia. Ya resueltos a establecernos. Dos de nuestros hijos trabajan y estudian en este país. La mayor vive a dos horas en avión de la ciudad donde vamos a asentarnos. De modo que aquí nos toca.
Antes pensábamos que la ciudad de México, el sitio donde seguramente nos hemos encontrado más a gusto en todo este tiempo fuera de casa, sería el lugar más apropiado para establecernos. No hay otra ciudad en el mundo, donde se hable castellano, con una vida cultural tan intensa, tenemos muchos amigos ahí y la comida es difícilmente superable. Se come igual de bien en un restaurante de mantel como en el changarro de la esquina.
Pero no han sido así las cosas y habrá qué celebrarlo.
Me dan unas ganas intensas de ir a Guatemala y abrazar a los míos y darle la vuelta a pie al parque de mi pueblo, almorzar un día cualquiera donde la señora Pu, ir al mercadito de cosas de Navidad al lado del Arzobispado, pero también me da ilusión asentarme en un sitio donde me veré obligado a hacer un esfuerzo por no quedar al margen de lo que ocurre a mi alrededor.
Me preocupa lo que pasa en mi país, pero me entusiasma que pese a todas las frustraciones que inspira el gobierno, los ciudadanos sensatos no encuentran motivos para preferir ahora a quienes fueron derrotados en las elecciones.
Me inquieta el futuro del mundo con Donald Trump, convertido en el amo y señor de todas las fuerzas, pero en realidad me supera la curiosidad y el interés por observar y entender lo que ocurra.
El mundo es bien ancho y las posibilidades que nos ofrece a todos son casi incontables. La solidaridad de verdad existe y la bendición nos acompaña cada día.
Le deseo las mejores fiestas. Confío en que reciba con alegría el año nuevo. Y me alegra saber que en 2025 seguiremos el camino juntos, aunque a prudente distancia. Feliz Navidad.