Es triste, muy triste, y preocupante, enormemente preocupante, el destino de este país. Cuesta salir de la corruptela que por años ha permeado a muchas generaciones, y cuando pareciera ser que hay una luz al final del túnel, la alternativa es una absoluta incapacidad. Lo dije una vez, pero lo voy a repetir: el corrupto se lo roba todo, y no nace nada; el inepto lo tiene todo, pero tampoco hace nada. El resultado final para el ciudadano de a pie es el mismo: no hay nada.
Con honrosas excepciones del ministerio de educación y el de gobernación, con los que puede estar más o menos de acuerdo -o incluso en desacuerdo-, el resto de los ministerios brilla por su ausencia, y/o incapacidad. Al de economía le ganó la mano Bukele, mucho más hábil, y que supo reunir a medio centenar de empresarios de varios países en El Salvador, para ofrecerles oportunidades de inversión ¿Se pudo haber hecho aquí para atraer capitales?, creo que sí. El de Agricultura tardó en cesar a la viceministra del ramo, después de unas revelaciones sobre cómo se manipula la pesca del atún, pero, además, creo que no es capaz de citar logro alguno de dicha cartera. El de comunicaciones, que ya es el tercero -o cuarto, según se mire- ha tenido que tirar a la basura varios eventos de mantenimiento vial por errores administrativos, y después de un año la autopista al puerto sigue igual o peor, por no hablar de otras obras, como la eterna reparación en la carretera a El Salvador, ahora nuevamente paralizada. El de finanzas, alentado por una extraordinaria voracidad presupuestaria, logra el mayor presupuesto de la historia, y Q15,000 millones extraordinarios, aunque no hay ejecución ni nada que ofrecer a los ciudadanos como logros de la gestión eficiente del dinero. El de Ambiente pelea con los alcaldes un reglamento, y día después se publica que la ONG del esposo de la ministra es la encargada de hacer algo en el proceso que se sigue. Del de Salud no se sabe nada, así que tampoco se puede emitir un juicio sobre logros perceptibles. Y el de desarrollo social, brilla por su ausencia.
Es una pena la incapacidad de este gobierno para ejecutar proyectos e implementar políticas públicas, y cansado escuchar como sistemáticamente culpan a otros: al sistema judicial, al gobierno anterior o a la corrupción que ellos mismos mantienen después de un año, y que han llegado a promover con contrataciones a dedo tan cuestionables como las que criticaban cuando eran oposición.
Estuvieron en el Congreso y no fueron capaces de sugerir cambios a la ley de contrataciones cuando se decía que dicha norma no servía. Ahora que ejercen poder argumentan lo mismo que antes criticaban. La mesa directiva, con la que presumen tener un pacto programático, eleva el salario de los diputados, aunque todos se lavan las manos y nadie asume la responsabilidad del hecho. Aquel ejército despreciable del que había que prescindir para patrullajes interinstitucionales, ahora es la salvación de ciertos programas de seguridad. Y el CACIF, al que había que sacar de la ecuación del desarrollo, es el único que les arregla puentes y caminos, cuando no le oxigena ciertos proyectos. El puerto, las carreteras, la seguridad, la pobreza, el incremento de la desnutrición, las invasiones de fincas…
La inacción y la incapacidad han sustituido a la corrupción, aunque no advierten que no son más que variaciones de aquella, porque en el fondo es la asunción de responsabilidades públicas para las que no se está preparado. Una suerte de fraude que diariamente se muestra por la falta de personas capaces al frente de instituciones ¡Y ya pasamos el año de gobierno!
Da la sensación, la triste sensación, de que el problema es mucho más de fondo: demasiados corruptos que votan por otros como ellos, pero también muchos ineptos que son incapaces de ofrecer alternativas viables. El país se desangra entre uno y otro extremo, y es muy probable que terminemos eligiendo a un populista que terminará por unir la ineficiencia con la corruptela, y arrástranos más al fondo del abismo.
Funcionamos por inercia, y no se sabe muy bien cuál es el origen de esta. Un día a día de sobrevivencia que va desgastando el ánimo, la moral, el entusiasmo y las ganas de seguir aguantando pacíficamente a unos y otros.