¿Por qué llevar a cabo oposición política si quienes gobiernan están en constante deterioro? Esta parece ser la percepción prevalente en el Congreso, donde se observa una actitud de silencio estratégico en la política de la oposición, porque es más rentable dejar que se desgasten por si solos aquellos que gobiernan y evitar asumir responsabilidades innecesarias.
El gobierno ha mantenido un preocupante silencio frente a las diversas crisis que enfrenta el país. La infraestructura caída, la falta de acción de varios ministerios, el aumento de la delincuencia en el pasado mes de febrero y el tema de los seguros obligatorios a terceros, han sido cuestiones trascendentales. El presidente ha optado por fotografiarse mientras distribuye alimentos aparte de la población, pero se perciben gravísimas dificultades comunicacionales y de gestión gubernamental.
La oposición política, que no pierde el tiempo, aprovecha las crisis para mover sus fichas, y está del seguro a terceros no es menor. El país no se inmutó por las 54 muertes de aquel bus que se fue al barrando. Tampoco pasó nada -más allá de protestas de café- con el incremento desmedido del salario de los diputados, pero es capaz de pararlo una simple norma que obliga a tener seguro contra terceros, a pesar de la experiencia de enormes gastos de salud, producto de los mamarrachos que circulan, sin licencia ni seguro, y evaden s responsabilidad ¡Qué clase de ética impera en este país? ¿Qué madera de ciudadanos transitan por sus calles y avenidas?
La alcaldía de Sololá y los 48 cantones se suman al alboroto. Estos grupos, que abogan por el desarrollo y la democracia, son los primeros en protestar cuando se implementan normas de interés general. Lo mismo ocurrió cuando la SAT exigió poner el nombre en las facturas de más de Q2,500.
Vivimos es un país caótico, repleto de irresponsables e incumplidores de normas. No sabemos -o no queremos- vivir en sociedad ni tenemos interés en aprenderlo y practicarlo. Hay una oposición a todo, que con los ejemplos antes citados, se torna particularmente inmoral. La vida humana no importa, porque la muerte es barata, y cada uno va a lo suyo. Estamos abocados al fracaso. Bueno, a un mayor fracaso del que ya experimentamos.
La pregunta de quienes desean escapar este caos es ¿qué se puede hacer? La respuesta más rápida y eficaz es actuar honestamente como individuos. Elegimos malos dirigentes, protestamos en círculos privados, pero somos incapaces de enfrentar, por miedo, a quienes nos oprimen. Somos una sociedad que espera soluciones externas a problemas internos que somos incapaces de resolver nosotros mismos, y no nos gusta que nos lo recuerden.
Parece que la famosa tríada de la guerra de Clausewitz también se aplicó aquí, aunque tropicalizada: incapacidad y pasividad gubernamental, oposición deseosa de poder, y hartazgo ciudadano. Este coctel explosivo solo necesitaba un detonante, y el seguro famoso cumplió esa función.
En términos prácticos, parece que faltó la capacidad para implementar políticas públicas que puedan ser asumidas en diferentes contextos. Es necesario comunicar, socializar, explicar, difundir y convencer, y no únicamente a quienes tienen vehículos, sino también a aquellos que se transportan en ellos o pueden ser sujetos de accidentes, quienes deben de comprender el alcance de la responsabilidad y la función del seguro que se quiere implementar.
Un gobierno democrático es el que más autoridad necesita, pero en este caso nacional ni hay gobierno, mucho menos autoridad ni ganas de ejercer el poder delegado por la ciudadanía. El presidente fue incapaz de salir a explicar la situación, generar confianza y espacio de diálogo, y se desapareció. Cuando finalmente se hizo visible terminó haciendo lo mismo que criticó en sus antecesores: suspender lo aprobado.
¡Tanto ruido y costo humano y económico para nada! ¿Cuál es la diferencia de este gobierno con otros?
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