El mismo 14 de enero por la noche se marcó la diferencia. Nadie olvidará la imagen de los jóvenes diputados del partido Semilla encimados sobre el trémulo presidente transitorio del Congreso para exigir una elección de junta directiva democrática y sin cortapisas. Samuel Pérez Álvarez, el diputado de 32 años, alma y corazón del Movimiento Semilla, cofundador desde los cimientos de ese partido, le arrebataba a la alianza procorrupción el poder político. Ratificaba la victoria obtenida en las urnas. Su electorado no podía esa noche estar más complacido. Para eso se les había elegido.
Gracias a esa acción pudieron los diputados partir del Palacio Legislativo al Teatro Nacional, a darle posesión a Bernardo Arévalo.
Pero Arévalo estaba enfurruñado. No le habían gustado las formas como los diputados de su bancada habían cobrado el poder. A él le disgustan los arrebatos, los forcejeos. Prefiere la fiesta en paz.
Se trata de dos liderazgos distintos dentro del mismo partido. Pero las diferencias entre ellos van más allá del estilo.
Samuel Pérez busca cambios verdaderos en el país. Ahí está la Ley de Competencia, aprobada contra todo pronóstico en el momento en que a Bernardo Arévalo se le cantaba su enésima derrota. Al aceptar la renuncia del ministro de Comunicaciones Felix Alvarado, otro de los fundadores del partido, quien procuraba la transformación a fondo de esa cartera convertida en el botín por excelencia de los corruptos, para favorecer a cuadros ajenos a Semilla (la ministra interina trabajó antes para la municipalidad capitalina), el Presidente ratificó que su voluntad de cambiar cosas en Guatemala alcanza para muy poco.
Como bien ha dicho el exministro Alvarado se trata de cortar con el régimen antiguo y sentar las bases para el futuro.
El Presidente es un hombre que cree en la necesidad de evitar la polarización. Así lo ha escrito en el estudio académico que hizo respecto al rol de posguerra del Ejército. Y si para evitar la polarización tiene que inmovilizarse y navegar en la misma corriente en que se ha movido el país por los últimos 30 años, así sea.
Samuel Pérez y los diputados de Semilla piensan distinto. Y actúan en consecuencia. La dictadura judicial de Guatemala, encabezada por el Ministerio Público, ejercida por buena parte del Organismo Judicial y coronada por las más altas cortes, la propia Corte de Constitucionalidad, así lo han entendido desde el día 1. Por eso rápidamente entre la Fiscal y los magistrados corrieron a atarle las manos al joven Samuel. Le impusieron limitaciones vía la ley de Criminalidad Organizada. Al status quo de la corrupción y las élites guatemaltecas les preocupa mucho menos el presidente Arévalo. Y razón llevan. Es tolerante con el sistema hasta frustrar a más de la mitad de su electorado. Los diputados de Semilla, en cambio, no se conforman con ocupar mansamente sus curules y procuran marcar la diferencia.
En ellos, en esa generación de apenas 30 años, descansa la esperanza de Guatemala de una transformación democrática.
El Presidente Arévalo prefirió no mover un dedo para lograr integrar mejores cortes que las salientes. Los diputados lucharon hasta el último minuto y aunque fallaron en el objetivo de liberar del yugo de la corrupción a la justicia, lograron un cambio mínimo en la conformación.
El Presidente ha mostrado un pasmo inconcebible frente a cada nuevo embate de la Fiscal General contra las libertades constitucionales en Guatemala, como la libertad de prensa. Los diputados animan la lucha por expulsarla.
En el entorno de Arévalo a los jóvenes diputados insumisos les llaman los radicales. Los ven demasiado exigentes e impulsivos.
Arévalo celebra hoy la aprobación de la Ley de Competencia, pero va a cumplir un año en el poder sin procurar romper el monopolio de la TV abierta.
Por no querer, el Presidente no ha asumido la transformación democrática del país, sino a cuentagotas. Se ha negado a llamar a la población a demandar una reforma profunda, encabezar a los votantes hacia un proyecto que le devuelva a la ciudadanía la confianza en su sistema de justicia y en su sistema político. Los guatemaltecos vemos hoy cómo se exculpa a los más viles ladrones y asesinos. Cómo se reducen las penas a las peores canalladas. Cómo se prolonga el secuestro de las instituciones. Y el Presidente apenas emite un “ay”. El olmo no da peras.
Ciertamente, la polarización es indeseable. Pero peor que ella es aceptar con mansedumbre la restricción de nuestras libertades.