Mientras usted celebra o deplora la reelección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, un grupo de más tres mil migrantes que viajan en caravana a través de Chiapas, acelera el paso. Quieren llegar cuanto antes a la frontera sur del reino de Trump. Y su presencia pone a temblar a quienes ven al nuevo gobernante como un hombre irascible y dispuesto a cobrarle la factura a quien permite la acumulación de migrantes junto al muro.
Pero que no cunda el pánico. La caravana no salió de Guatemala. Salió de Tapachula, una ciudad en la cual no es difícil cualquier día de la semana reunir a tres mil aspirantes a vivir en Estados Unidos.
La caravana tampoco incluye a guatemaltecos. Los guatemaltecos, más uraños que los venezolanos o los hondureños, no suelen migrar en este tipo de grupos.
De manera que los enemigos del gobierno de Bernardo Arévalo difícilmente podrán usar esta caravana para indisponer de entrada a la administración de Trump con su gobierno y empezar a acumular puntos para propiciar su caída. Antes bien, si el presidente Arévalo sabe jugar sus cartas, la llegada a la Casa Blanca de una administración hasta ahora, vista como un gran riesgo para él, puede convertirse en una oportunidad de negociar.
Por ejemplo, que Guatemala se convierta en un Tercer País Seguro con todas las de la ley. Esto es, que los venezolanos al llegar a la frontera sur de EE. UU. se encuentren con no poder solicitar asilo desde ahí y deban regresar a Guatemala para solicitarlo.
En la actualidad Guatemala tiene una Oficina de Movilidad Segura, limitada exclusivamente a los ciudadanos de países centroamericanos. Y supondría un paso difícil de dar abrirse a recibir a personas de todas las nacionalidades para que esperen en este territorio una cita para tramitar su entrada a Estados Unidos.
Pero, ¿qué podría Guatemala pedir a cambio? Por ejemplo, el Status de Protección Temporal (o TPS) para los guatemaltecos en Estados Unidos.
Una transacción pura y dura.
La diáspora guatemalteca ha conseguido el apoyo de alcaldes de más de 60 ciudades estadounidenses, 50 senadores y 60 congresistas de ambos partidos para un TPS. De modo que Guatemala puede mostrar respaldo interno en EE. UU. para su petición.
El gobierno de Arévalo tiene bien claro el carácter transaccional de una administración Trump. No son los principios los que están en juego sino la obtención de logros o beneficios concretos.
El embajador Hugo Beteta, que participó en la convención republicana y ha estudiado al entorno de Trump, habrá de tenerlo bien claro. Un gobierno republicano, más derechista y más populista que su antecesor demócrata, exigirá que se cumplan con ciertos lineamientos que, por lo demás, no han sido muy distintos a los exigidos dulcemente por la administración Biden:
Guatemala no puede romper con Taiwán y no puede acercarse a China.
Guatemala no puede trasladar su embajada en Israel de Jerusalén a Tel Aviv.
Guatemala tiene que colaborar con cuanta extradición le soliciten.
Nuestra soberanía es un asunto lírico.
En tanto cumpla con estos requisitos, y los requisitos de Homeland Security, que exige la identificación biométrica compartida con EE. UU. de quien atraviese el territorio nacional, la relación podrá ser más o menos estable, aunque no falte quién, desde la derecha pro Trump guatemalteca, procure sembrar en Washington la idea de un golpe contra Arévalo. Hoy, sin embargo, y ante la actitud más bien mansa del gobierno nacional, ese riesgo se antoja remoto. En cambio, se abre una oportunidad.
Quizá los aliados de la impunidad para la corrupción consigan la recuperación de alguna visa para políticos y empresarios guatemaltecos con el dinero y el ascendiente suficiente para pagar cabildeos en Washington, pero es improbable que los más célebres corruptos nacionales, sancionados incluso en la primera administración Trump, logren revocar las sanciones que ostentan pese a todos sus millones sustraídos ya de las caletas. Tendrían que ofrecerle algo demasiado valioso, demasiado relevante a alguien cercano al nuevo gobernante de Estados Unidos, para que este lo favorezca. Y las opciones para complacer a Trump desde Guatemala no solo se han reducido después del incontestable triunfo electoral, sino que se encuentran en manos del gobierno de Bernardo Arévalo.
La cosa es que las aproveche.