Basta de seguir reprochándole a las elites la pésima calidad del sistema educativo guatemalteco. ¿Por qué habría de importarle a quienes ya tienen éxito en acumular capital o tienen acceso al dinero público para sus propios negocios que los hijos de los más pobres y de las capas medias tengan una educación mediocre o no la tengan?
Sólo uno de cuatro muchachos en edad de hacer el bachillerato en el país logra hacerlo.
El modelo económico y la estratificación social de Guatemala les funciona a unos pocos de manera perfecta. Más que perfecta. Funciona todo tan maravillosamente bien, que ni siquiera es necesario invertir en una población mal nutrida y sin educación formal para que esta, después de financiar su propia migración hacia Estados Unidos, le rinda grandes ganancias al sistema con sus envíos de remesas.
Joviel Acevedo es el mejor aliado del status quo. Toda vez que, gobierno tras gobierno, se aprueben los aumentos anuales de salario para sus agremiados, el sindicato no va a decir esta boca es mía respecto a la mediocridad de la educación. Y sin embargo, los maestros siguen sub pagados y endeudados hasta el colmo por un sistema financiero que los exprime como naranjas.
La economía nacional demanda principalmente trabajadores sin instrucción o con la instrucción mínima. Cuando un empresario se atreve a montar un negocio que requiere una fuerza laboral ligeramente mejor preparada tiene que atravesar el desierto para persuadir al Ministerio de educar a jóvenes en el dominio del idioma inglés. La indiferencia y la lentitud de las autoridades es pasmosa.
Por eso, le corresponde a las personas interesadas, a los oficinistas, a los obreros, a quienes no pueden costear el precio de los colegios de elite en este país exigir y luchar para que las cosas cambien.
Exíjale a cada candidato presidencial en las elecciones, a cada aspirante a diputado e incluso a alcalde que se comprometa con este objetivo. De otra manera, sus hijos no van a salir adelante en Guatemala y enfrentarán dificultades en cualquier parte del mundo. Si el ministerio de Educación es incapaz siquiera de mantener en buen estado una escuela o de dotarla de agua entubada y conexión a la energía eléctrica, no digamos al internet, ¿por qué no exigir que el alcalde lo haga? Que dejen de robar un poquito e inviertan en las escuelas.
Al día de hoy, en educación, todo lo que se gasta con fondos públicos va dirigido a favorecer las demandas del sindicato, de los diputados y de los gobernantes por medio de empresas como la del seguro escolar. No hay un solo indicador sobre la efectividad de ese gasto en el mejor rendimiento de los alumnos. No hay un solo esfuerzo por dotar de calidad al modelo educativo. ¿Sabe ud que el pensum tiene ya 20 años de antigüedad y no se revisa?
Otros grandes beneficiarios de esta estulticia son los empresarios de colegios mediocres que exigen el retorno de la formación de los maestros al nivel diversificado para recuperar ese mercado apetecible pero que en sentido estricto sólo han generado un magisterio de pésimo rendimiento para el país.
Apenas un tercio de los maestros que optan a plazas en el sistema público alcanza la calificación mínima (60 puntos) en las pruebas de evaluación.
La revolución del sistema educativo tiene que ser completa. Y que se deje de argüir el incremento de presupuesto público para persuadir a nadie. Según el Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes (PISA), Guatemala todavía es el país de la región que gasta menos en educar a sus hijos. Los US$6,100 que el país invierte en cada muchacho egresado de bachillerato es sensiblemente menos que los US$9,500 que gasta Honduras o los US$46 mil de Costa Rica. No digamos los países desarrollados que invierten US$90 mil en educar a sus hijos en escuelas públicas.
¿Ha escuchado ud a un solo candidato decir algo que no sean platitudes sobre la revolución educativa que el país necesita? Infórmese, reclame, exija. No desaproveche al menos una magra oportunidad, la de las elecciones, para obtener algo. Lo mínimo a lo que sus hijos tienen derecho.