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Violencia: cicatrices emocionales que pequeños testigos llevarán en su vida
El 13 de noviembre último, en una cancha de fútbol en San Miguel Petapa fueron asesinados los esposos Elénica y Juan Alberto Justo Martínez, ambos de 42 años, mientras observaban el encuentro deportivo de su hijo, de 16 años, quien presenció el crimen.  Unos cinco días después el chico jugaba con un balón luego de […]
Publicado el 22 Nov 2021

Violencia: cicatrices emocionales que pequeños testigos llevarán en su vida

El 13 de noviembre último, en una cancha de fútbol en San Miguel Petapa fueron asesinados los esposos Elénica y Juan Alberto Justo Martínez, ambos de 42 años, mientras observaban el encuentro deportivo de su hijo, de 16 años, quien presenció el crimen. 

Unos cinco días después el chico jugaba con un balón luego de recibir una beca de entrenamiento que le otorgó la Fedefut. Muchos de estos menores que han presenciado el crimen de sus padres recurren a otros familiares. En varios de los casos los abuelos resultan ser quienes los cuidan, sin más apoyo dice Claudia María Hernández, directora de la fundación Sobrevivientes.

“No solo es el trauma de ver que le quitaron la vida a la madre, sino también el trauma de tener que cambiar su estilo de vida, cambiarse de residencia, algunos se han cambiado de colegio o de escuela. No hay programas tampoco que garanticen becas de estudio en estos casos, no hay apoyo a bolsas de alimentos o útiles para los niños que quedan en la orfandad”.

Hernández, dice que no hay cifras oficiales de cuántos menores han quedado huérfanos por la muerte de sus padres o que hayan  presenciado un crimen, pero los casos son alarmantes.

El 20 de junio de 2017 al filo del mediodía, el bullicio de los estudiantes que ingresaban a la Escuela Oficial Urbana Mixta número 597 ubicada en Villa Lobos 1, zona 12 de Villa Nueva, fue interrumpido por tres disparos que acabaron con la vida de Micaela Hernández Matías, de 30 años. Los testigos fueron los estudiantes pero también sus tres hijos que llevó a la escuela. Algunos alumnos lloraban y otros quedaron  perplejos por el susto.

El 31 de agosto de 2007 en la Calzada Roosevelt, zona 11, Carla Eugenia Guzmán Castañeda, de 35 años, fue asesinada dentro de un automóvil. Los testigos fueron sus hijos de 10 y 5 años. Cuando llegaron los bomberos, el menor de 10 años presentaba una herida en la pierna. La niña estaba ilesa, pero no paraba de temblar en el sillón trasero por la crisis nerviosa que presentaba.

El estrés postraumático y afecciones en el sistema nervioso son situaciones que el psicólogo y grafólogo Jorge Joachín, ha tratado durante años en casos de maltrato infantil y de violencia similares a los de Jorge.

En el instante a veces no hay dolor, pero después vendrá un dolor psicógeno y será intenso por los recuerdos. Eso traerá ansiedad, depresión e insomnio porque las escenas se repetirán en su memoria”.

Ser testigos de estos hechos no solo causan depresión en los menores, sino los excluye  de la sociedad si no reciben  tratamiento, dice el psicólogo, León Dubón, director del Refugio de la Niñez.

“Cuando no han sido nutridos emocionalmente desde pequeños, podrán afrontar el problema, pero si no tienen un acompañamiento o protector, el cambio de vida será impactante y pueden convertirse hasta en un sicario”.

La Secretaría de Bienestar Social y la Procuraduría General de la Nación (PGN)  son instituciones estatales que según Dubón, deben atender este tipo de casos pero no cumplen sus funciones porque no tienen suficientes recursos para crear nuevos programas de atención.

 

José Manuel Patzán