Al inicio del gobierno del presidente Alejandro Giammattei, el alcalde capitalino Ricardo Quiñónez era considerado el candidato ideal para sucederlo. Bien visto por la embajada de Estados Unidos, por el gran capital nacional y por el propio gobernante, a todos los que servía de puente entre sí, el alcalde era una especie de chinchín palmoteado con ternura por todo el mundo.
Pero Giammattei y Washington pronto terminaron entendiendo que Quiñónez sólo les doraba la píldora. Él no es el tipo de político que va a vincularse de manera orgánica con alguien tan desprestigiado como Alejandro Giammattei mucho menos con Miguel Martínez. Sus buenas costumbres se lo impiden.
Por eso no aceptó ser candidato presidencial de Vamos, ni siquiera su candidato a alcalde. Un poco forzado por el gran capital y por las circunstancias, aceptó a regañadientes desistir de montar su propio partido político y a cambio obtuvo la confirmación del partido Unionista (o de Alvaro Arzú Junior, su heredero y propietario) que se mantendría en la alcaldía. Zury Ríos será la candidata a la Presidencia del G8 o los capitales más grandes de Guatemala, Quiñónez será su candidato a alcalde y Arzú hijo encabezará una bancada ojalá más grande.
Son los candidatos del estatus quo. Tendrán financiamiento y apoyo para ganar. A la hora de hacer gobierno, ya saben lo que tienen que hacer: procurar que en el país no cambie nada.
En eso es especialista Ricardo Quiñónez, antes como vicealcalde de Arzú y ahora como alcalde él mismo. Es un caso rarísimo de político exitoso en las urnas pese a que en lugar de resolver acrecienta los problemas de los vecinos. Por eso no habla con la prensa y prefiere fingir que responde preguntas de reporteros delante de un montón de micrófonos silenciados.
El agua escasea en todo el municipio excepto para aquel que puede financiar su propio pozo con bomba o se manda a construir una cisterna. Los proveedores privados de agua a Empagua y a particulares, negocio del cual no pocos allegados a TuMuni son exitosos emprendedores, han hecho su agosto. Y no existe el menor plan para invertir en proyecto alguno que alivie esa escasez.
Las licencias de construcción se otorgan con mucha menor dificultad que en tiempos del temperamental Arzú senior, pero nadie explica qué red de drenajes o nuevas rutas viales servirán para administrar la densificación de habitantes en la ciudad.
La basura se amontonará en la zona 3 al menos por las próximas dos décadas. Y las autoridades municipales ahora se hacen las sorprendidas porque, después de suprimir el sistema de transporte colectivo ahora hay menos usuarios en el Transmetro que antes de la pandemia. Estudios privados sostienen que 42 por ciento de los habitantes del área metropolitana ya se mueven en motos. Si no hay buses, la gente resuelve de algún modo.
Y sin embargo, Quiñónez no enfrenta un desafió real a su reelección como alcalde capitalino.
Un porcentaje suficiente de electores, algo así como el 36 por ciento del total (una cifra inquietantemente semejante a la que en Nicaragua reelige en cada nueva elección a Daniel Ortega) vota por él.
Claro que Alejandro Giammattei montó en cólera cuando se dio cuenta que sólo lo había entretenido por mucho tiempo. Y prohibió a sus diputados leales que aprobaran el negocio del teleférico para transportar personas desde Molino de las Flores en Mixco hasta la Plaza España.
Pero finalmente, puesto que había para él y los suyos un negocio importante que ejecutar con el nuevo Puente Belice, aceptó que ese proyecto se incluyera en el Presupuesto 2023.
Eso es positivo para Ricardo Quiñónez porque podrá mostrar algún plan de envergadura para la ciudad durante la campaña. Aunque todo lo demás no sea otra cosa que lo mismo de tiempos de Alvaro Arzú, pero mejor pintado.