Los oficialistas tienen todo el dinero del presupuesto nacional para favorecer a sus candidatos en el proceso electoral pero a cada paso descubren con frustración que el dinero no lo es todo. Se necesita una dosis de carisma también para ganar intención de voto. Y se necesita estabilidad.
Hay un nivel de incertidumbre tal en el partido oficial, que puede pasmar a cualquiera. O volverlo loco. Por un lado, se menciona desesperación en el equipo del presidente Alejandro Giammattei y Miguel Martínez (¿o al revés, Martínez primero y Giammattei después) por el modesto avance de Manuel Conde como candidato presidencial en las encuestas. Va a paso de procesión. Lento, lento.
Conde aparece ya en las mediciones. Pero aparte de aparecer, todavía se le ve como uno más de los integrantes del pelotón que no destaca. Si Manuel Conde se mantiene con una intención de voto inferior al 5 por ciento no logrará empujar a muchos candidatos a diputado de listado nacional o distritales a ocupar una curul. Y entonces el esfuerzo de colocar tanto dinero público en manos de los alcaldes amigos habrá sido vano.
Por eso vuelve a cada tanto la mula al trigo y se menciona de nuevo a la ministra de Educación, Claudia Ruiz Casasola, como una mejor opción para los oficialistas. En el gobierno, sobre todo el presidente Giammattei, piensan que el programa de distribución de alimentos vía las escuelas desde tiempos de la pandemia le ha generado una popularidad enorme a la ministra de Educación. Nadie muestra cifras al respecto pero el gobernante la considera casi una candidata imbatible. Por eso en estos días de nuevo vuelve a mencionarse la posibilidad de que Claudia Ruiz deje su cargo en enero para encabezar el binomio presidencial de Vamos.
Ella se muestra remolona frente a la idea, pero la opción vuelve a mencionarse con insistencia.
La disposición reciente del Tribunal Supremo Electoral de revocar el acuerdo 321-2022 que ponía fecha para la obligación de renunciar a sus puestos a los funcionarios que quieran optar a un cargo de elección popular fue vista como una extensión de plazo para que doña Claudia se decida.
Y luego, está la volatilidad de carácter de Miguel Martínez a quien se atribuye un día sí y otro también, cambios de opinión en asuntos tan relevantes como si él va a ser o no candidato a diputado. El fin de semana pasado se tenía por un hecho en el partido oficial que Miguel se había bajado del carro. Un carro que él conduce, además.
Martínez tendría dos beneficios concretos de convertirse en diputado. Por un lado, tendría la inmunidad que el cargo le proporciona, un beneficio nada desdeñable pero relativamente menos valioso debido a la certeza que tiene gracias a la cooptación de las instituciones (MP, IVE, Cortes, etcétera) de gozar de impunidad. Y por el otro, este es el más jugoso, la opción de seguir acumulando fortuna vía la asignación de presupuesto para proveedores y empresas amigas gracias al manejo de una nutrida bancada en el Congreso.
Pero ni siquiera esas ventajas tan suculentas parecen persuadir a don Miguel de que debe ser constante y perseverante. Tan pronto dice que no, como luego dice que sí.
Y los oficialistas ante tanta indecisión lloran y lloran.