Alejandro Giammattei ha sido siempre volcánico, pero habrá de reconocérsele hoy que, contrario a Miguel Martínez, actúa con más cautela. Atenazado por la realidad, Giammattei aceptó la veeduría de la Organización de Estados Americanos con Luis Almagro al frente del proceso de transición, lo cual ha supuesto un freno parcial a los intentos de invalidar el triunfo de Bernardo Arévalo. Giammattei comprendió pronto que no tenía alternativa. Su opción era precipitar la declaratoria por parte de Washington y de la OEA de otra Nicaragua en Guatemala y frustrar todos los planes de un retiro feliz que hoy todavía alberga, aunque con inquietante intranquilidad.
Giammattei sabe bien que el enojo de quienes han sido sus mejores amigos para garantizarle impunidad a la corrupción de su gobierno resulta un costo menor en este momento. Si Méndez Ruiz y Consuelo Porras, si Rafael Curruchiche se sienten abandonados a su suerte hoy, tendrán que aprender a vivir con ello.
Los magistrados de las Cortes también habrán de entenderlo.
Por eso sin duda el Presidente vivirá con el ¡Jesús! en la boca de aquí al 14 de enero o hasta que pueda poner pie en Italia. Una suerte con la que no corren sus aliados.
Miguel, en cambio, más joven e impetuoso, más ambicioso también, ha creído que su poder es inagotable. Tendría que haber escarmentado ya, con el derrumbe parcial de sus planes electorales, pero su soberbia es equivalente a su codicia. Y como le ha ido bien hasta ahora, confía demasiado en su buena estrella.
¿Por qué no se quedó el jueves en la noche en su casa a ver el partido en una pantalla gigante?
¿Quién le aconsejó asomarse al balcón en el palco de honor del Doroteo Guamuch? ¿Cuánto tiempo se habrá necesitado para que, una vez reconocido, empezara el griterío y los improperios?
Contrario a lo que ha pensado hasta hoy, a Miguel Martínez le trae cada vez menos provecho la insistencia de Consuelo Porras y de Rafael Curruchiche por conseguir en las cortes lo que los candidatos oficialistas no lograron en las urnas: derrotar al Movimiento Semilla. En la medida en que el Ministerio Público mantiene el acoso contra el partido ganador de las elecciones y se ocupa no solo de escamotear el resultado electoral o de fortalecer a sus amigos en el Congreso y acentuar la persecución de quienes han luchado contra la corrupción, Alejandro Giammatei y Miguel Martínez quedan más expuestos.
Por eso, en parte, Giammattei ha reducido el encono, ha reconocido a Bernardo Arévalo como el ganador y le ha zafado la alfombra a quienes tan lealmente le han protegido durante tanto tiempo.
Miguel Martínez no parece comprender igual las cosas.
Giammattei juega a ganar tiempo, a apresurar su alejamiento del país, incluso a riesgo de dejar desprotegidos los bienes que acumuló en su Presidencia.
Miguel Martínez es menos previsor. No quiere creer que a sus grandes asesores de negocios ya se les sigue la pista para identificar las propiedades y empresas en donde han colocado para él y mediante testaferros (que en cualquier momento lo desconocerán como dueño), parte de la fortuna acumulada. Cuando Estados Unidos incluyó en la lista Engel a Guillermo Sosa sabía lo que hacía.
Miguel sigue jugando a tentar al destino.
Alejandro Giammatei parece leer mejor, de momento, el signo de los tiempos.