Cuando usted piensa en Zury Ríos, ¿la considera una aspirante ajena al sistema de corrupción y enriquecimiento súbito de funcionarios pese a su rol en la Legislatura que acompañó amablemente al gobierno de Alfonso Portillo?
Cuando usted piensa en Alvaro Arzú Escobar, ¿lo ve como alternativa al sistema corrupto pese a que se ventiló un salario para su mamá, viuda del difunto alcalde Arzú, de la propia municipalidad? ¿O se supo que el jardín de la viuda ha sido trabajado con fondos del municipio?
Cuando usted piensa en Sandra Torres, ¿la ve como alguien que vaya a combatir la corrupción si el suyo es el partido que instituyó a gran escala el saqueo de fondos públicos en la compra de medicamentos?
¿Pueden Manuel Conde o Miguel Martínez plantearse como adversos a la corrupción cuando abanderan al gobierno más alegremente corrupto de los últimos tiempos? (Alegre porque nadie los persigue. Sin riesgos, su corrupción es puro gozo).
Ninguno de ellos va a pedirle la renuncia a la Fiscal General, Consuelo Porras, que hoy encarna la imagen de la impunidad para quien roba fondos públicos. Sobre todo, porque ellos se han beneficiado de su presencia en el cargo y la han apuntalado de todas las formas posibles. Saben que el Ministerio Público está ahora a cargo de la mafia y se hacen los desentendidos.
Aunque Zury Ríos o Sandra Torres o el propio Arzú aludan a la corrupción del actual gobierno y la condenen en sus discursos de campaña, lo lógico es que muchos votantes encuentren incoherente el respaldo de estos personajes vía sus diputados para construir el régimen de impunidad que hoy disfrutan los oficialistas.
El gobierno de Alejandro Giammatei ha convertido el robo y el enriquecimiento de los suyos en su marca de gestión. Y la subraya con afán cuando se refleja tan incompetente casi para cualquier cosa. La crítica hacia el robo de dinero en la construcción de puentes y carreteras sería menos sensible si la red vial mostrara alguna mejora pero ocurre todo lo contrario. Sus aliados habrán de pagar algún precio en las urnas por haberlo acompañado aunque muchos de sus votantes antepondrán la identidad ideológica (ser de derechas) a la certeza de la corrupción.
Una campaña bien producida, y no demasiado costosa -por echar mano de la sabiduría popular-, podría causarle mucho daño a los candidatos del establishment. Y también es cierto que la respuesta habitual a este tipo de campañas “son los comunistas quienes tratan de engañarle a usted con su lucha contra la corrupción” puede ser muy efectiva para contrarrestar. Pero no sin causarle daños sensibles, y sin poner en evidencia las incoherencias del discurso de quienes hoy se muestran ofendidos por la corrupción que han apañado y disfrutado.