He pasado las últimas semanas preguntando a los responsables de las campañas de distintos partidos cómo se explican el resultado electoral. La mayoría es bastante sensata para alcanzar sus conclusiones. Por ejemplo que, pese a todos los esfuerzos por eludir o reducir el tema, por conducir hacia el campo ideológico o hacia el campo moral, el debate, la elección terminó dirimiéndose en el marco de la contradicción más aguda de los últimos tiempos en el país: políticos pro corrupción contra políticos anticorrupción.
Bernardo Arévalo logró rebasar ligeramente a los demás contendientes por haber centrado su discurso de campaña en esos términos. Zury Ríos jamás logró despegar por proyectarse, en parte debido a FundaTerror, a Sandra Jovel y a Enrique Degenhart, como parte del sistema pro corrupción (o anti Cicig, que es otra forma de verlo).
El partido Unionista fue tanto víctima de esa alianza inducida con Zury Ríos como de su propia complicidad con Alejandro Giammattei y Jimmy Morales para terminar con la justicia independiente.
Edmond Mulet se desplomó aparatosamente por tratar de agradar a sus financistas con el video anti Cicig de las últimas semanas (además por proyectarse como el beneficiario de la exclusión de Carlos Pineda).
Rafael Espada no tuvo el menor protagonismo en la campaña por haberse abstraído del tema de la corrupción. Y los chocanitos Morales obtuvieron un catastrófico resultado por presentarse como verdugos de la lucha contra los corruptos.
Después del 25 de junio, Bernardo Arévalo y el Movimiento Semilla fueron impulsados por una ola de súbita popularidad y simpatía que les llevó casi a un conocimiento universal (75 por ciento después del magro entre 24 y 35 por ciento con el cual llegaron a la primera vuelta). Esa popularidad habría dejado de crecer naturalmente con tanta fuerza de no ser porque, otra vez, los genios Ricardo Méndez Ruiz y Consuelo Porras decidieron combatir al binomio presidencial de Semilla con toda su enjundia.
El entorno mismo de Sandra Torres se preguntaba el jueves último, ¿pero qué hace ahora Rafael Curruchiche al perseguir a los muchachos que digitaron los resultados electorales? La respuesta breve es: metiendo de nuevo la pata.
La desesperación del sistema que vive de la corrupción se expresa por medio del Ministerio Público y al hacerlo fortalece la convicción de muchos ciudadanos de apoyar al binomio del Movimiento Semilla el 20 de agosto. Porque la batalla sigue establecida entre corruptos conocidos y anticorrupción. No hay otra discusión que cale en el ánimo nacional.
Y Sandra Torres, que para algunas cosas es tan lista, en este tema resulta tan fallida como Consuelo Porras. Increíble que no sea capaz de notarlo.
El Ministerio Público es instrumento, pero también ejecutor por interés propio de toda clase de esfuerzos por impedir que haya un cambio en Guatemala. Que se inicie a derruir el sistema que con impunidad y con la persecución de antiguos fiscales, jueces y magistrados ha procurado blindar.
Media docena de cuadros del Ministerio Público saben que enfrentarán más temprano que tarde la responsabilidad penal por lo hecho. Su enriquecimiento ilícito también será juzgado. Diputados y funcionarios están aterrorizados, por un lado, ante la probabilidad de ser perseguidos por su corrupción, como también por no poder saldar las deudas contraídas en la campaña.
Pero en medio de esa desesperación suya no hacen, sino cavar más hondo el foso donde se ahogan.
Uno escucha a Sandra Torres apropiarse del discurso de Rafael Curruchiche contra Semilla o dedicarse a negar el audio de la conversación telefónica sostenida con Gustavo Alejos y solo puede concluir que no ha terminado de entender la realidad en la que se mueve.
Su confianza además sigue ciega en que sus triquiñuelas legales impedirán la derrota que ya prevén.