La revolución política provocada por las afirmaciones, discursos y declaraciones de Donald Trump (DT), abarcan todo el sector posible de la actividad humana. Sin superar, todavía, la polémica sobre la expulsión de migrantes, los reclamos de Groenlandia y el canal de Panamá y la subida de aranceles, se ha metido de lleno -quizá sin quererlo en esta ocasión- en la guerra tecnología que China le ha presentado.
El lanzamiento de DeepSeek (DS), por parte de “un empresario chino” -naturalmente autorizado por el gobierno de Xin Jinping (XJ)-, ha dejado entrever el nuevo escenario de confrontación al que nos conducen las grandes potencias. Si la geopolítica, primero en su versión del control de poder terrestre y luego naval y la geoeconomía más tarde -con inversiones multimillonarias de China en América Latina y África-, fueron en su momento utilizadas -o lo están siendo todavía- para posicionarse en el mundo y tomar el control de áreas claves y recursos estratégicos, la tecnología toma el liderazgo como una herramienta para desbancar los esfuerzos que se puedan estar haciendo -o haber hecho- por ambas formas de acción.
El abaratamiento y control de la tecnología es una guerra sórdida, entre otras cosas por la obtención de minerales esenciales para la fabricación de chips. El aporte de DeepSeek es haberlo hecho con un número significativamente menor de ellos y, por lo tanto, mucho más barato y rápido.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce y la inteligencia artificial (IA) no es tal sino que se nutre de fuentes que la alimentan en función de complejos algoritmos. Es así como el sitio euronews, de capital mayoritariamente portugués, difunde un reportaje en el que se hicieron varias pruebas al preguntarle lo mismo al ChatGPT y a DeepSeek y comprobar que las respuesta no coinciden, particularmente cuando el nombre “China” o su entorno se incluye en la pregunta, bien sea respecto de la relaciones EE.UU. y China, la represión de la plaza de Tiananmen (1989) o respecto de Taiwán. Las conclusión, también publicadas en el medio europeo, es que el nuevo chatbot DS “parece censurar las preguntas sobre temas delicados en China en comparación con los chatbots de inteligencia artificial (IA) de la competencia”.
Agrega seguidamente que “La censura de contenidos chinos por parte de DeepSeek es una práctica habitual en el país. En 2023, China promulgó una normativa que obliga a las empresas a realizar una revisión de seguridad y obtener aprobaciones antes de que sus productos puedan lanzarse públicamente.”
Es decir, China no está dispuesta a que se hable de dictadura, comunismo, represión, etc., cuando se hable de ellos y prefiere promover una versión algorítmica propia del Ministerio de la Verdad orweliano, que fue una práctica burda en la extinta Unión Soviética.
Los estudiantes del futuro próximo, utilizadores de la IA, darán seguramente por bueno ese tipo de resúmenes políticamente correctos que el régimen chino pretenden imponer con esa paciencia con la que hacen las cosas, y esa temporalidad cuasi infinita.
Es cierto que también se ha achacado de lo mismo a la red “X” y a otras, puesto que los filtros de las distintas plataformas se han reducido o incluso anulado, y la censura o administración laxa de las redes es una realidad cada vez más visible. Sin embargo, el problema no es que haya fakes news, que siempre las hubo -incluso cuando no existían las redes sociales-, sino que sea un gobierno autoritario, y desde el poder, el que lo haga. Ante la ausencia de democracia -y, por lo tanto, de transparencia y accountability- no hay medios independientes ni mucho menos los ciudadanos responsables, con la facultad -y el poder- de evidenciar aquellos que es impreciso, no digamos las falsedades que se puedan publicar.
Cuando pensábamos que todo estaba visto y que, por fin, habría acabado la manipulación, resulta que ahora estamos más dependientes que nunca de lo que nos quieran decir como verdad oficial ¡Toma ya!