Con del tiempo, y también la falta de cumplimiento de las leyes -algo común en esta sociedad- hemos ida elaborando un particular y desenfocado concepto de la justicia. Como cada uno hace lo que le viene en gana: en el tráfico, en la declaración del ISR, en los semáforos, en las filas, etc., hemos llegado a creer que justicia es aquello que cumple con mis expectativas del momento y se adapta a mis creencias o forma de pensar. Considero que algo es justo porque me cae bien la la persona u ocurre en el momento que considero apropiado, y entonces lo aplaudo; y todo lo contrario si me cae mal o disgusta.
CICIG, vino a potenciar ese simple esquema mental de muchos, algo comprensible en las medusas, pero no en los seres humanos. Nos acostumbraron -y aceptamos y aplaudidos con júbilo- que una vez por semana, los famosos “jueves de CICIG, había un espectáculo judicial en el que se allanaba y detenía con lujo de detalles y fuerza a ciertas personas, algunas de las cuales fueron declaradas culpables, pero no otras. Más tarde, con micrófonos y muchas cámaras, se ofrecía una rueda de prensa en la que se narraban los hechos de la acusación- y terminaba por mostrarse un caso “juzgado”, en el que el culpable era vilipendiado publica y mediáticamente. Sin juez, sin juicio y sin proceso, todo quedaba armado. Luego, si los jueces absolvían era culpa de ellos y no de quienes habían investigado ¡Listo el modelo inquisidor!
Por si fuera poco, a los casos se les ponía nombre de “culpable”, y se generaba un sencillo pero eficaz constructo mental: construcción y corrupción, cooperacha, manipulación de la justicia, corrupción en la SAT, y un largo etcétera de artilugios semánticos para el fin deseado.
Y cuando muchos eran felices y aplaudían su minuto semanal de felicidad -al más puro estilo orweliano- la CICIG terminó su mandato y no fue prorrogada. El blindaje hecho por dicha institución para evitar que el presidente pudiera sustituir a la fiscal general, se le aplicó a una nueva fiscal, y el aprendizaje sobre cómo hacer las cosas en el futuro, mejoró.
Aquellos que sonreían y eran felices tiempo atrás quedaron huérfanos de contexto y curiosamente rechazaron la modificación legal que aceptaron con otra persona, así como las formas indecentes de hacer las cosas, algo que no “habían advertido” cuando se aplicaba a otros, y no a sus amigos, conocidos o coincidentes, y criticaron brutalmente lo mismo -exactamente lo mismo- que tiempo atrás veían como positivo ¡Cuánta hipocresía e incoherencia!
Las razones -para explicar algo cuando no hay razones- es que “no era lo mismo”, que no se podía comparar, lo que traducido a su lenguaje significa que no lo hacen “sus amigos”, aunque no advierten que los principios que se vulneran al allanar, poner en prisión preventiva y condenar antes del juicio, no han cambiado en absoluto. Como no observan principios generales, sino afinidad ideológica o amistad, es evidente que su baremo de juzgar no es otro que el afecto, la pasión o la cercanía, razón suficiente para quienes se habituaron a adaptar la justicia a sus creencias en lugar de a una filosofía transversal.
No somos una sociedad que respete normas y valores, porque eso requiere responsabilidad y autocritica, que es lo que más falta. Preferimos el contrato por cuello a la oposición por méritos, que alguien nos cuele en la fila a llegar temprano y esperar, o cruzar el semáforo en rojo antes que respetarlo. Hacemos lo que nos viene en gana, y cuando nos apetece, y buscamos culpables alrededor. Exigimos derechos y olvidamos cumplir responsabilidades, de ahí que un 70% esté en la economía informal, y criticamos a los políticos corruptos que hemos elegido libre y voluntariamente, esperando que hagan bien las cosas, a pesar de conocer y saber cómo y quienes son.
Somos una sociedad fracasada que no advierte su error ni está dispuesta a aceptar culpa alguna, y ante la falta de carácter individual, pedimos a gritos que otros solucionen nuestros problemas.
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