Martes y miércoles pasados fueron momentos propicios para una necesaria reflexión, algo que seguramente muchos de quienes deberían hacer no harán. Durante esos días, observamos políticos vistiendo la camiseta de la selección de futbol, tomándose fotos, animando, elogiando, grabando videos -como hizo la vicepresidenta- o convocando al público al Obelisco, tal como sugirió el gobierno. Todos deseaban sumarse al éxito de una selección que alcanzaba una fase histórica, buscando su minuto de reconocimiento, algo que no logran con su deficiente gestión administrativa.
Nunca fue más cierto aquello de que la victoria tiene mil padres y la derrota es huérfana. Hoy, tras la eliminación, nadie quiere siquiera comentar el suceso. El político, por definición, es oportunista, demagogo, aprovechado, populista e hipócrita, y algunos hasta presentan un grado avanzado de narcisismo. Parasitan los logros de otros sin haber contribuido en nada, y huyen de derrotas y fracasos, aun cuando son parte de ellos. El deporte nacional carece de apoyo, con recursos dilapidados por directivos que disfrutan de hoteles de lujo, mientras los competidores comparten habitaciones y viajan en condiciones humildes. Seleccionan a quienes les convienen y rechazan a quienes no se alinean con sus intereses. ¡Nada nuevo bajo el sol! Pero ninguno de esos, que seguramente recibió la camisola con dinero público, se encargará de corregirlo.
Simultáneamente, mientras la selección nacional de fútbol competía, un guatemalteco, José Daniel Girón, ganaba un torneo internacional de tenis en silla de ruedas, celebrado en México, un logro que otras dos jóvenes ya habían alcanzado anteriormente. Sin embargo, pocos lo saben, menos aún los políticos hipócritas que ignoran a quienes verdaderamente superan barreras inimaginables para ciertas personas, demostrando que les importa un comino el deporte, aunque sí la gloria de la victoria, el aplauso del ciudadano-foca, y los votos de los seguidores.
Un candidato en las pasadas elecciones incluso sugirió instalar pantallas en distintas municipalidades para que «el pueblo» pudiera disfrutar de tan magno evento. Olvidó mencionar quién financiaría tal estúpida ocurrencia, porque cuando se trata de dinero, siempre piensan hacerlo con el que pagamos los demás, nunca con el de ellos. Lo que más me preocupa no son los malos, esos siempre han existido, sino los tontos, los ciudadanos que se creen esos discursos de políticos, y que los aplauden y votan.
Aprovechado, como de costumbre, el sindicato del Congreso envió una carta a la directiva solicitando que el personal, que usted y yo pagamos, cesara sus labores a las 15:00 horas para poder irse a casa a disfrutar del encuentro. Además, los muy descarados -hay adjetivos que esta publicación no admite- lo justificaron legalmente citando artículos constitucionales y otras normas y pactos. ¡Y es que la desvergüenza no conoce límites.
El problema, y que el votante ignora por el alto grado de analfabetismo político, es que el administrador público no es dueño de lo que administra. Quien gestiona algo no puede disponer de esos recursos a su voluntad, sino que debe seguir las pautas que le otorga el dueño -el ciudadano en este caso- y hacer exclusivamente lo que la ley establece. De ahí que tuvieran que buscar ese refuerzo legal en la petición, algo forzado, absurdo e inexistente.
Seguimos siendo sociedades bananeras, en el más profundo sentido de la palabra, aunque moleste a algunos. No entendemos aquello que delegamos y aplaudimos o nos enojamos en función del gusto y no de principios generales y universales. Nos quejamos de que no avanzamos, pero no advertimos que no lo haremos porque no estamos preparados para ello y continuamos en la edad de piedra político-social.
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