El ascenso al poder de Evo Morales, en Bolivia se sustentó en una compleja red de factores, destacándose su capacidad de liderazgo y la habilidad para generar una sólida conexión con los sectores populares. Su imagen de líder indígena, vinculado íntimamente con el pueblo, sirvió de catalizador para aglutinar a diversos movimientos sociales, sindicatos, campesinos y organizaciones indígenas. Estos grupos encontraron en Morales un estandarte de sus aspiraciones y demandas históricamente postergadas.
Morales no solo conquistó la confianza de estas comunidades mediante su retórica, sino también a través de la implementación de políticas destinadas a reducir la desigualdad social y a integrar en el tejido político-económico a sectores marginados por años. La fragmentación de la oposición política durante los mandatos de Morales fue otro factor crucial que facilitó su ascenso y permanencia en el poder. La falta de una coalición sólida y coherente entre las fuerzas opositoras debilitó significativamente la capacidad de presentar una alternativa creíble y efectiva.
El contexto social y político de Bolivia, proporcionó un terreno fértil para el discurso transformador, el cual resonó poderosamente entre aquellos que habían sido ignorados por las estructuras de poder tradicionales. Sin embargo, el mandato del boliviano estuvo caracterizado por acciones tendientes al autoritarismo: reformas constitucionales, intentos de reelección indefinida y prácticas de nepotismo fueron parte de su estrategia para consolidarse y perpetuarse.
El descontento político, una oposición incapaz de articular alternativas que capten votos y un sector privado permisivo y poco claro en sus postulados, han sido factores claves para la consolidación de regímenes dictatoriales como el venezolano o el nicaragüense, sin deja de lado otras causas subyacentes.
En nuestro contexto nacional, se observa una tendencia hacia un panorama en el que convergen las variables mencionadas. A mi juicio, dos administraciones tuvieron la oportunidad de crear espacios para la consolidación democrática, y ambas fallaron. Primero, el gobierno de Pérez Molina, que pudo haber desviado el intento de socialización al estilo chavista propuesto por Sandra Torres con el respaldo de Colom, y segundo, el actual gobierno de Bernardo Arévalo, que no ha logrado ejercer la autoridad requerida por una democracia efectiva, a pesar de las dificultades que aducen para justificar tanta inacción.
Lo más preocupante es la carencia de alternativas que entusiasmen a los votantes, más allá de tres figuras destacadas y conocidas tanto por su obsesivo afán por el poder como por su historial: Roberto Arzú, Carlos Pineda y Sandra Torres, y con la excepción de Mulet, no existen candidatos con reconocimiento nacional. Esas parecen ser las opciones electorales de 2027.
Para completar el escenario es importante señalar que la confianza que tradicionalmente ciertos movimientos indígenas tenían en los gobiernos, particularmente en el actual, se ha resquebrajado, con pocas probabilidades de volver, a corto plazo, a un equilibrio, aunque sea inestable. Además, los movimientos sindicales –especialmente el sindicato mayoritario de educación– están gravemente afectados, confrontando un creciente rechazo social, y hay que recordar que mueven decenas de miles de votos.
El ciudadano, desilusionado o agresivo –según su corriente ideológica–, parece más interesado en la revancha que en el bien común o en la justicia. El voto del 2027 podría utilizarse, si las cosas no cambian, como una especie de validación en contra de ciertas tendencias, o de todas, con un voto mayoritario en blanco.
En este contexto volátil, no debería sorprendernos si escuchamos llamados a reformas constitucionales o a la implementación de un Estado Plurinacional, una idea latente que solo necesita un detonante para explotar. Así que ni mexicanización ni colombización, sino boliviarización, o de todo un poco.
Los ciudadanos responsables y sector privado tienen mucho que decir porque una vez instalado un régimen agresivo y autoritario, la destrucción está irreversiblemente asegurada, y no hay marcha atrás.
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