Una reciente e intensa discusión en el programa de radio ConCriterio, sobre el IUSI, me hace reflexionar sobre los impuestos.
Es sorprendente la cantidad de personas que no cuestionan el nulo fundamento ético de los impuestos ni la forma en que se pagan. Nos han acostumbrado a «callar» o simplemente a no «pensar», mucho menos a «opinar» sobre el sistema impositivo. La conversación se ha simplificado a dos posiciones: si no quieres pagar, eres un rico de derecha, y si estás a favor de pagarlos, eres un pobre proletario. Muy pocos, o casi nadie, se cuestiona realmente, y de forma racional -que es lo que nos diferencia de los animales- la lógica tras los impuestos, o más bien, la falta de lógica en la mayoría de los casos.
Un ejemplo claro es el impuesto de circulación, cuyo plazo está por terminar. Si tiene un sedán de cuatro ruedas, sencillo y de siete años de antigüedad, y su vecino otro similar, pero marca Mercedes del 2025, es evidente que él pagará mucho más que usted. ¿Cuál es la lógica para que dos vehículos similares no paguen lo mismo? Más razonable sería que pague más aquel cuyo vehículo contamina más, tiene mayor riesgo de quedarse varado o de causar un accidente, y es evidente que sería el suyo. No obstante, como está normado actualmente es al revés. El impuesto, básicamente, castiga el éxito de quien ahorra invierte o pide un préstamo para cambiar de coche. Se mortifica al atrevido, al arriesgado, el emprendedor.
Ahora pasemos al IUSI, un impuesto que se paga de por vida por algo que es suyo y por lo cual ya ha pagado antes. Si compra un terreno, construye su casa, obtiene la correspondiente licencia de construcción y espera disfrutarla, está muy equivocado. Los servicios municipales le cobrarán una cierta cantidad anual solo por atreverse a tener una casa. Durante toda su vida, y la de sus herederos, deberá enfrentar ese impuesto que, con los años, puede hacer que pague el valor original de la casa dos o tres veces. ¿Qué ofrece la municipalidad a cambio de este IUSI? Nada, porque deberá pagar el agua, la luz, o el alcantarillado, entre otros impuestos. Simplemente, el IUSI es un «robo» que las municipalidades imponen para extraer dinero a quienes deciden ahorrar e invertir en una propiedad. De nuevo el exitoso, el emprendedor, es sometido a acoso por parte de la administración.
En cuanto al ISR, está igualmente distorsionado. Podríamos aceptar -aun con reservas, y ya es mucho- pagar un porcentaje sobre lo ganado, como por ejemplo el 10%. Así, todos pagaríamos igual porcentaje, aunque no la misma cantidad, pues quien más gana, pagará más. Sin embargo, no es así. A quien gana más, sin racionalidad ni mucho menos ética, se le aplica un porcentaje mayor; así, no solo «paga más», sino «muchísimo más». Se castiga a aquel que trabaja horas extras, invierte tiempo, tiene varios negocios o presta un mejor servicio, y por eso termina ingresando más cada mes.
Sin embargo, y en contraste con los ejemplos impositivos mencionados -hay muchos más-, el resto de las relaciones sociales y comerciales, que constituyen el 99% de nuestras interacciones humanas, operan en igualdad de condiciones. Todos pagamos lo mismo por un pan, un desayuno, un billete de avión, una entrada al cine o una bebida en un restaurante, sin importar nuestra condición social o económica, que por cierto nadie pregunta, o por la que no hay interés fuera del Estado.
El Estado, arbitrariamente, impone estos abusos, y el ciudadano, menos racional de lo que presume, los acepta sin cuestionar. Seguiremos siendo esclavos de nuestra propia incapacidad e ignorancia para pensar y tomar decisiones lógicas. Además, pensamos que “los ricos” que son quienes más pagan, son otros, sin advertir que ese concepto, que se traduce en un nivel de ingresos, lo fija, precisamente, el político de turno, y entramos a formar parte del grupo sin ni siquiera darnos cuenta.
Muchas veces siento que, a pesar de estar ya por 2025, seguimos en cuevas mentales con dinosaurios afuera que nos devoran sin advertirlo.
¡Monterroso siempre tuvo razón!
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