Hay hogares en el país que deben ahorrar cada semana para comprar el agua. Esas cisternas que llegan a repartir a condominios son apenas un símbolo de un negocio millonario. Si el agua es de todos, ¿por qué algunos lucran con ella?
Olga De León, una ama de casa de 56 años, pide a diario que el invierno sea extenso. Ella no disfruta los días soleados, ni el calor del verano: la lluvia es su bendición. Y no solo la propia, la de las 38 familias que viven, como ella, en el asentamiento Emanuel de la Colonia el Paraíso II, en la zona 18.
Las tuberías de De León están secas. Hace 25 años que el agua no corre por las mismas, semana a semana deben ahorrar para pagar al conductor de la cisterna que lleva el líquido. De León cuenta que el Covid-19 empeoró sus circunstancias: “Para nosotros es triste. No hay trabajo, la pandemia se nos vino encima, pero aún así sobrevivimos. Vemos cómo conseguimos esos Q12 para conseguir el agua. Nosotros somos bendecidos cada año con la lluvia: en invierno somos beneficiados día y noche.”
En invierno, la familia De León recolecta agua de lluvia mediante canales colocados en los tejados de su casa. En los toneles, sitúan tela para colar la basura.
Los 10 familiares que viven en la casa de esta vecina, llevan más de dos décadas perfeccionando el arte de ahorrar agua. Cada uno de los 8 toneles de Q12 que rellenan entre 2 y 3 veces por semana, tiene un destino: “Cuando lavamos la ropa, tapamos el lavadero con un trapo. Luego, mientras enjabonamos y restregamos, el agua se va reciclando de un guacal a otro bote. Después, sacamos el agua y en otro bote usamos un Suavitel para poder reutilizar el agua y desaguar el trapo. Así sobrevivimos.”
El agua que consumen, lleva gotas de cloro, pues la vecina aprendió las medidas necesarias para en su Centro de Salud.
Francisco Schuman, de 44 años, distribuye agua en sus cisternas en el área metropolitana. Este repartidor no llena toneles en colonias como la de De León, pues ha sido víctima de extorsiones. Aún así, ha logrado montar y aumentar su negocio mediante la venta bajo pedido a determinados condominios.
Schuman suma 30 años dedicado a dicha profesión. Empezó como trabajador de la empresa Transporte Salazar, pero hace 20 años formó su propia compañía. En el 2001, cuando tenía solo 24 años, decidió pedir un préstamo y comprar su primer camión cisterna. Con ello, poco a poco logró expandir el negocio. Hoy, el crédito ya fue pagado y cuenta con 4 empleados y 3 vehículos con capacidad para 10 toneladas.
La Universidad Nacional Autónoma de México estima que una persona gasta 320 litros de agua al día, es decir, en un solo viaje un camión de Schuman puede suplir a 31 personas o, puesto de otro modo, llenar unos 63 toneles.
En un día cualquiera, Schuman visita entre 7 y 12 casas para transportar unos 3 mil galones de agua a cada cliente. Aunque. En temporada seca, reconoce Schuman, los viajes aumentan a 15 casas diarias. Él trabaja en el área metropolitana, especialmente en las zonas 6 y 18. Extraer un tonel de agua, por ejemplo, le cuesta entre Q9 y Q12, indicó Schuman. Y luego él lo vende a Q14.
El caso de Schuman, es solo uno en un mercado que mueve millones de quetzales sin que exista regulación. En 2020, por ejemplo, la Empresa Municipal de Agua (Empagua) pagó un total de Q2.1 millones a Elvin Andrés Rodríguez López, de Transporte Crystel, por viajes de cisternas al área metropolitana.
En Guatemala no se conoce cuántos pozos existen, cada municipalidad tiene los propios, pero no hay control sobre los privados. La ausencia de legislación permite que cualquier persona o empresa extraiga la cantidad que desee de agua subterránea. La carencia de una autoridad que regule la extracción, uso y manejo del líquido vital tiene grandes repercusiones para toda la población. La principal es que el manto acuífero puede secarse en cualquier momento y no hay forma de saberlo.
Un análisis de los niveles piezométrico de los pozos municipales, realizado por la Fundación para la Conservación del Agua de la región metropolitana de Guatemala (Funcagua) en 2018, reveló que en 40 años, los pozos de Mixco descendieron 400 metros y los de Santa Catarina Pinula, 200. Ambas cifras abrumadoras, pues en Santa Catarina Pinula, por ejemplo, hay 28 pozos municipales con profundidad de entre 175 y 473 metros.
La duda lógica, entonces, es: si el agua es de todos, ¿por qué algunos lucran con ella?
En pocas palabras, el mercado del agua se sustenta bajo la necesidad de las personas y la ineficiencia de las autoridades.
Así lo dice, Raúl Maas del Instituto de Investigación y Proyección sobre Ambiente Natural y Sociedad (Iarna): “Las personas necesitamos agua para el consumo, para preparar alimentos, para la higiene, para la recreación, etc. En función de esto, la poca capacidad que tienen los gobiernos municipales de cumplir con la obligación de suministrar el agua es lo que, de alguna manera, ha obligado a los habitantes a buscar fuentes alterna.”
Esa es la situación de Selvin Elid Mijangos, de 35 años, quien es vecino de Canalitos, zona 24. En el área, el servicio de agua llega una vez por semana durante 4 horas desde hace 10 años. Sin embargo, a finales del 2020, el agua paró: “Desde diciembre estamos sin el servicio. Cero agua, no cae una sola gota. Adicional a esto, los recibos del servicio siguen llegando como que estuvieran cayendo con los mismos montos, como que tuviéramos el servicio normal. Y tenemos que estar comprando agua.”
Una de cada cinco hogares a donde distribuye Empagua tienen problemas con el suministro diario de agua, según Carlos Flores, subgerente de Atención al Cliente de la empresa municipal. Y en la Procuraduría de los Derechos Humanos fueron 85 las denuncias por desabastecimiento en el 2020. Las quejas llegaron de las zonas 2, 3, 6, 5, 11, 18, 21 y 24.
María José Iturbide, directora ejecutiva de Funcagua, señala que la responsabilidad no recae solo en las municipalidades, sino en el poder Ejecutivo, Legislativo, las industrias y los ciudadanos: “la realidad es que los pozos municipales no pueden ni tienen la capacidad de darle agua a todo el municipio.” Al crecer la población y las áreas urbanas, junto con el nulo control del uso del recurso, los pozos, naturalmente, se vacían y con ello la capacidad de la municipalidad para abastecer.
La incapacidad de proveer a la población con agua mediante pozos municipales, explica Iturbide, obliga a las autoridades a utilizar cisternas tanto propias como de terceros. Y a su vez, a los ciudadanos a requerir las mismas.
Empagua asegura que lleva agua al 100% del área metropolitana por medio de la red de distribución propia, pero que, por causas ajenas a la institución, algunos sectores se pueden ver afectados en el suministro regular lo que hace necesario el uso de camiones cisternas. El apoyo, asegura la empresa, corresponde únicamente al 5 o 10% del total de suministro de la institución y se ha dado en las zonas 2, 13,18,17 y 24.
Lily Caravantes, concejal de la Municipalidad de Guatemala, reconoce que el uso de las pipas debe ser solo de emergencias y asegura que Empagua pretende eliminarlas: “el plan de Empagua es uno de no más pipas, esto lo que está haciendo es cambiar los sistemas de tuberías que están muy deteriorados. Empagua está yendo a solucionar el problema de fondo y pretende generalizarlo a la ciudad de Guatemala.”