Ha pasado más de un año desde que los niños en todo el país dijeron adiós a sus escuelas y con ello, padres, docentes y estudiantes debieron sumergirse a toda prisa en una modalidad que pocos estaban capacitados para abordar, pero que resultaba la única alternativa ante el confinamiento que provocó la pandemia del coronavirus.
Carmen Lucía Sánchez, de 44 años, es mercadóloga, empresaria y mamá de un pequeño de 8 años. Ahora, a raíz de la pandemia, también maestra. “No es fácil, no es nada fácil” dice, pues el chico se encuentra en segundo grado y la enseñanza de la lecto-escritura le fue relegada.
La escuela en casa implicó muchos retos para esta mamá: desde balancear sus horarios de trabajo con los de la enseñanza de su hijo, hasta aprender un nuevo idioma, pues su hijo estudia en el Colegio Alemán, y el nivel de ella no era óptimo para apoyar al chico en casa.
Las clases presenciales quedaron en el lejano marzo de 2020, pues aún hoy, la permanencia de los alumnos en las aulas, depende del cambiante color del semáforo epidemiológico para seguir asistiendo.
Datos publicados por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en marzo de 2021, señaló que solo América Latina concentra al 60% de los países en el mundo que permanecieron cerrados desde marzo del 2020 hasta febrero del 2021. Se estima que, en promedio, las escuelas de la región estuvieron completamente cerradas durante 158 días, lo cual afectó a unos 98 millones de estudiantes.
Vilma Queché es maestra de biología, estadística e imparte la clase de seminario en cuarto y quinto bachillerato en el Instituto Nacional de Educación Diversificada en Panajachel, Sololá. Ella está preocupada por los graduandos, pues debieron priorizar cursos y no lograron adquirir el 100% de los conocimientos necesarios para egresar.
Queché, ganó el premio Maestro 100 puntos en el 2019, otorgado por la organización Empresarios por la Educación, parar reconocer la creatividad y esfuerzo extra de los docentes para garantizar un aprendizaje efectivo.
Si ella, que es de las mejores profesoras en el país, reconoce que no estaba preparada para la educación virtual, ¿qué nos dice de aquellos que no poseen ni las mínimas capacidades? “Nosotros tratábamos de que las actividades fueran más activas. Tratábamos de que ellos se involucraran dentro de los procesos de enseñanza: tener más actividades preparadas para que al estudiante le llamara la atención la clase. Pero no estamos capacitados todos para tener una educación virtual,” lamenta. “Considero que en mi experiencia, tuvimos un retraso del 60% porque fuimos lanzados hacía un aprendizaje digital.
Queché dice que al inicio de la pandemia, su escuela realizó una encuesta para conocer la situación de los estudiantes. A aquellos alumnos que no contaban con una computadora, se les prestó una del laboratorio del instituto. Estas, sin embargo, no alcanzaron para todos, así que hubo quienes debieron estudiar con guías impresas.
Unicef advierte que las consecuencias del confinamiento en la educación serán devastadoras, pues no solo se perderá aprendizaje, sino también se afectarán el desarrollo de habilidades sociales, el bienestar general y el desarrollo psicoemocional de los estudiantes.
La misma agencia de Naciones Unidas prevé que la situación se agravará en los contextos desfavorecidos. Los jóvenes que no tengan acceso a la enseñanza en línea, correrán un mayor riesgo de desertar e ingresar directamente a la fuerza laboral. En Guatemala, los resultados de las pruebas de rendimiento educativo han evidenciado que existe diferencias en el rendimiento de los estudiantes de las áreas rurales y urbanas, por lo que los expertos apuntan a que la pandemia agravará las desigualdades entre las mismas poblaciones.
Luisa Maez, de 41 años, es maestra de primaria y preprimaria en la Escuela Oficial Rural Mixta Caserío San Francisco El Tumbo, en Sayaxché, Petén, y cuenta que en el instituto evalúa a todos los alumnos y su cálculo es que el 20% deberá repetir el grado, pues hubo estudiantes que decidieron no terminar el año escolar 2020, pero regresaron en el 2021.
En condiciones prepandemia, la prueba PISA para el Desarrollo (PISA-D) realizada en 2018, reveló que Guatemala es uno de los países con la tasa de repitencia más alta de Latinoamérica. Y Hozy Orozco, director del departamento de Educación de la Universidad Rafael Landívar, considera que dicha cifra podría aumentar fruto de la crisis sanitaria.
“PISA nos dice que la repitencia influye negativamente en los resultados y creo que como va a haber mucha deserción, habrá mucha repetición, y eso recarga sobre los resultados a futuro,” explica Orozco. “Los estudiantes de áreas desfavorecidas y rurales necesitan estar más tiempo en la escuela, por la misma situación de rezago en habilidades y conocimiento intelectual. Los más afectados son las zonas con menos acceso a tecnología.”
La profesora Maez comenta que las razones para la deserción en su instituto variaron. En primer lugar, su comunidad no cuenta con internet, pues la cobertura eléctrica es escasa, lo cual dificultó la educación a distancia. Además, algunos estudiantes que vivían en fincas lejanas a la escuela se les imposibilitaba la entrega y recepción de las guías impresas, por lo que, abandonaron el curso. Finalmente, hubo padres que argumentaban que sus hijos no entendían sus tareas sin ayuda, por lo que, no podían hacerlas y así desertaron.
Los retos que presentó la educación a distancia no solo pusieron a prueba a estudiantes y maestros. Miles de padres debieron adoptar el rol de educadores durante casi un ciclo escolar. Esta es una de las variables resaltadas por la prueba PISA-D 2018. Los resultados de la evaluación mostraron que en Guatemala, en condiciones prepandemia, los estudiantes que recibían apoyo en casa mejoraban el rendimiento en lectura comparados con aquellos que no.
Las deficiencias en el sistema educativo hacen que el soporte en casa o en la comunidad se convierta en una condición esencial para el éxito de los alumnos. La tarea no es fácil. En especial, en familias donde ambos padres trabajan, en las monoparentales o en donde las condiciones económicas no permiten pagar a un tutor.
Si el balancear el trabajo con los deberes por la tarde ya representaba un obstáculo para muchas familias, ayudar con todas las asignaciones de una jornada escolar se volvió imposible.