El don de lenguas
La torpe pulsión por convertir la diversidad lingüística guatemalteca en una brecha más que nos divida.
Publicado el 04 Jul 2025

El diputado Sergio Enríquez de la Unidad Nacional de la Esperanza perdió una oportunidad valiosa para mostrarse sensato y cortés, quizá incluso inteligente y genuinamente interesado en su labor de fiscalización. Logró todo lo contrario. Su único objetivo parece haber sido ridiculizar a quien fiscalizaba, pero los golpes le tocó encajarlos a él.

Avergonzado como se sintió, al no comprender el idioma k’iche’ en el cual se expresaba la viceministra de Desarrollo, Berta Zapeta, el diputado Enríquez se mostró muy incómodo y descolocado. En lugar de decir, “señora Viceministra, ¿podría expresar lo mismo que dijo en su idioma ahora en castellano?”, se declaró ofendido por el uso de un idioma nacional que no comprende y expresó preventivamente su sospecha de haber sido engañado. Ese es un temor frecuente entre muchos guatemaltecos mestizos: que al hablar en su lengua nativa, las personas de origen maya puedan decir algo que le afecte. La desconfianza que nos caracteriza.

Piense por un momento, esa incomodidad del diputado por no entender lo que se decía, ¿cuántos ciudadanos de origen maya la sienten también hasta que, entrados en años, aprenden el español?

La actitud del diputado desató en seguida un aluvión de críticas por racismo e incompetencia para representar a los guatemaltecos, pero también recibió apoyo. Apoyo velado en la mayoría de casos porque defender a un representante de la UNE no es algo bien visto en las élites del país, pero pues el hombre parecía representar con su actitud los mal concebidos intereses del status quo. Cuán equivocados están.

Pronto surgieron las voces que nos recordaron a los guatemaltecos que el idioma oficial del país es el castellano. Y lo es, ciertamente, y se ha convertido en nuestra lengua franca, pero eso no excluye ni debería hacer ignorar que para millones de guatemaltecos es una segunda lengua. Que sus padres y sus abuelos les hablan desde niños en un idioma propio, el cual les identifica y con razón les hace sentirse orgullosos. Y que esas personas son tan contribuyentes del fisco nacional como el que más.

Convertir la diversidad y riqueza de idiomas  de Guatemala en un motivo  más de división entre nosotros es no solo un gran desacierto cultural y político, sino algo inútil y torpe. Nadie le va a arrancar su idioma a los millones de personas que lo hablan de manera cotidiana en el país. Expresarse en su idioma ante el Estado y actos oficiales entraña una apropiación de los procedimientos estatales que es muy deseable. El castellano como imposición solo va a hacerse sentir como una carga más, un motivo aún mayor de rechazo, para quienes tienen otra lengua natal.

Por el contrario, el esfuerzo unificador guatemalteco debe concentrarse en celebrar nuestra diversidad de manera auténtica. El Estado nacional debe ser bilingüe en cada región lingüística. Los empleados públicos, todos, de manera progresiva, deben ser contratados en cada región bajo capacidades de dominio de dos idiomas nacionales: el español y el que se habla en su región. Imagine un país en el cual médicos, enfermeras, policías, jueces y maestros se dirigen a aquellos a quienes sirven de manera indistinta en los dos idiomas. Ahora imagine políticos nacionales, diputados departamentales, gobernadores, magistrados, ojalá pronto el Presidente, capaces de alternar entre los idiomas guatemaltecos.

Siquiera tuviéramos un ánimo integrador como el de Paraguay, donde todas las personas se expresan en guaraní con tanta o mayor fluidez que en castellano, sin importar su origen étnico. Ojalá tuviéramos el valor de identificar nuestros prejuicios y nuestra sensación de superioridad por compartir -por presunción propia-, la cultura colonizadora.

Ojalá quisiéramos la mayoría construir un país en el que todos nos sintamos todos ciudadanos plenos, con un Estado que nos represente y no que se nos imponga.

Juan Luis Font

33 años de hacer periodismo, reportear, conducir, fundar y dirigir medios.

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Sobre Juan Luis Font

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