¿Cómo se teje una obra maestra? Con 8,073 puntos; 37,607 comas; 4,802 puntos y comas y unos 690 signos de admiración. Esto sirve para hilvanar las 378,591 palabras que hacen la magia en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Pero, sobre todo, una obra así se teje con maestría, con el talento que solo Miguel de Cervantes podía tener. En el día del libro presentamos una radiografía de una de las obras literarias más importantes de la Historia.
Cervantes tenía una palabra para cada cosa. Sabía, por ejemplo, que la cinta que se entrelaza en las crines de un caballo cuando se trenza se llama jaés; también que cuando algo está adornado con listas de un color diferente está gayado; que otra forma de decir jefe es gerifalte o que quitarse el sombrero es caperucear. Miguel de Cervantes era el amo y señor del idioma español, lo prueba su obra maestra, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, para la que utilizó 22,950 palabras diferentes, unas 378 mil en total.
Si tomamos en cuenta que el diccionario actual de la Real Academia de la Lengua tiene 88 mil palabras, podemos notar que empleó casi una tercera parte de todas las que existen en la actualidad para narrar las aventuras de aquel loco que combatía molinos de viento. Es impresionante, aunque tiene un pequeño truco, el diccionario incluye solo los verbos sin conjugar y la medida que presentamos aquí sí diferencia conjugaciones. Da igual, de cualquier forma, es impresionante.
La métrica la consiguió el profesor español Antonio García Velasco ayudado por un software, que separó y cuantificó las palabras. “En apariencia, estas casi veintitrés mil palabras distintas dan idea de un vocabulario riquísimo y, sin duda, lo es, mucho más si tenemos en cuenta que el término medio de vocabulario activo por persona de nivel medio es de apenas dos mil palabras y, para entendernos en el ámbito familiar y de amistades, resultan suficientes poco más de trescientas”, comenta García Velasco.
La palabra más repetida es “que”, Cervantes la utilizó 2,641 veces, García explica que en ese tiempo “que” era el vocablo más empleado, y que el análisis de cualquier obra de la época resultaría en lo mismo. Pero si quitamos los artículos, preposiciones y todas las palabras de enlace o nexos, encontramos que la más repetida es, claro está, Quijote, que se menciona 2,170 veces; Sancho aparece en 2,149 ocasiones. Le siguen Caballero en 951, Merced en 895 y vuestra 851.
De esas casi 23 mil palabras hay muchas que quedaron en desuso, con el paso del tiempo se fueron olvidando, pero vuelven, como advierte el escritor Francisco Pérez de Antón, “nuestra lengua pareciera gozar del don de la metempsícosis, también llamada transmigración, esa facultad por la que las almas retornan al mundo para reencarnarse en otro ser, otro lugar y otro tiempo”, de esa cuenta Pérez de Antón se dedicó a buscar en el gran libro de Cervantes las palabras que renacieron y transmigraron a la Guatemala de hoy en día, de allí nació su libro Chapinismos del Quijote, donde explica muchos de esos vocablos. Por cierto, la palabra chapín se utiliza solo dos veces en toda la obra. La primera, cuando Sancho le reclama a su mujer que quiera casar a su hija con un hombre de clase social más alta: “de zuecos la pasas a chapines”. Los zuecos eran los zapatos populares, mientras que los chapines eran calzados finos y elegantes. En la segunda ocasión Don Quijote cuenta que ha pagado “el chapín de la Reina”, algo difícil de comprender por sí solo, pero que Pérez de Antón aclara: “era en realidad un impuesto que tenía como fin sufragar los gastos de las reinas con ocasión de sus bodas”; es decir, el pueblo pagaba los zapatos de boda de la reina.
Palabras poco usadas
Más que las palabras que utilizó muchas veces, las que llaman la atención son las que empleó una sola vez, se trata de vocablos raros, extremadamente precisos y muchos de ellos ya en desuso. Estas son algunas de las palabras más curiosas del quijote.
Neguijón: enfermedad de los dientes, que los carcome y pone negros.
Aparece una sola vez: “en toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído ni comido de neguijón ni de reuma alguna”, dice Don Quijote.
Zagal: pastor joven. Persona que ha llegado a la adolescencia o a la juventud. Se repite seis veces: “he servido de zagal todo este tiempo, procurando estar siempre en el campo por encubrir estos cabellos que ahora, tan si pensarlo, me han descubierto”.
Acémila: mula o macho de carga. La menciona seis veces: “llévense allá todas las cabalgaduras y haced volver la acémila”.
Palafrén: caballo manso en que solían montar las damas. La menciona seis veces: “de aquellas que andaban con sus azotes y palafrenes, y con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle”.
Alfana: caballo corpulento, fuerte y brioso. Ocurre en dos ocasiones: “Carga y oprime los lomos de aquella poderosa alfana, que trae las armas como nieve blanca y el escudo blanco y sin empresa alguna, es un caballero novel, de nación francés, llamado Pierres Papín”.
Sayo: prenda de vestir holgada y sin botones que cubría el cuerpo hasta la rodilla. La usa una única vez: “viola en sayo, tal, que todas las bellezas hasta entonces por él vistas las puso en olvido”.
Cachidiablo: en algunas representaciones teatrales, personaje vestido de botarga o diablillo. Empleado una vez: “Del Cachidiablo, académico de la argamasilla, en la sepultura de Don Quijote”.
Farseto: acolchado o relleno de algodón, que usaba el que se había de armar, para poner sobre él la armadura. Lo usa una sola vez: “le traerán un rico manto de escarlata con que se cubra; y si bien pareció armado, tan bien y mejor ha de parecer en farseto”.
Gomia: persona que come demasiado y engulle con presteza y voracidad cuanto le dan. Aparece una sola vez: “aquella oficina y capa de maldades, y aquella gomia o esponja y polilla de la infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban”.
Arpillera: tejido con que se cubren las cosas para protegerlas del polvo. Una sola aparición: “Tentóle luego la camisa, y, aunque ella era de harpillera, a él le pareció ser de finísimo y delgado cendal”.