Un tropezón. Un brinco. Y mi rótula rota. Viví
en mis propios huesos, la precariedad de los
hospitales públicos. Me tomó días llegar a la
puerta de un quirófano.
Era la Semana Santa 2021 y dispusimos con amigos aprovechar el descanso más prolongado del año para viajar hacia Livingston, Izabal: ubicado a 214 kilómetros de la capital, la idea era visitar un lugar alejado para evitar aglomeraciones ante la pandemia del Covid-19.
Eran vacaciones excepcionales: el caribe guatemalteco y la compañía. Hasta que un mal salto, la noche del Viernes Santo, cambió la fiesta y el ocio en horas de dolor extremo.
La caída no fue de una montaña, las piernas me jugaron una mala pasada cuando salté una pequeña grada de medio metro, el impulso y una mala posición en la caída me llevaron al suelo: la pierna izquierda se fue hacia un lado con un pequeño crujido. Ya no pude levarme.
El primer lugar a donde acudí fue el Centro de Salud de Livingston: pude ver la deficiencia histórica del primer círculo de atención de salud en Guatemala. Una pequeña clínica a escasos metros de la playa La Capitanía, que si bien cuenta con infraestructura adecuada, no tiene insumos ni capacidad para atender casos especiales. Los pacientes cuyas complicaciones sobrepasan la capacidad de los centros de salud son referidos al hospital del puerto.
Si es una emergencia, desde Livingston, los pobladores deben contratar una lancha común por Q300 para recorrer los 15 kilómetros de agua para llegar a Puerto Barrios. En plena noche, abordé la lancha.
El viaje fue de unos 30 minutos, me acompañó una mujer a punto de parir. En el muelle nos esperaba una ambulancia, lucía moderna, nueva, actualizada, nos llevó a mi segunda parada: el Hospital Amistad Guatemala Japón, un centro que en 1999 sufrió daños con el terremoto y debió ser reconstruido con financiamiento del gobierno de Japón.
En el centro asistencial las radiografías confirmaron la fractura de mi rótula. Era viernes Santo por la noche y en el hospital solo había personal de turno: un doctor de unos 70 años y un enfermero me atendieron, no hicieron mayor comentario al tener mi diagnóstico, sus conversaciones giraban en torno a otros temas, hasta que llegó un hombre con heridas de bala en el hombro a quien prestaron mayor interés.
El hospital atiende medicina general, cirugía, pediatría, ginecología, maternidad y traumatología de adultos y cuenta con área de Intensivo. En febrero de este año el presidente Alejandro Giammattei anunció la inversión de Q1.1 millones para mejoramiento de los cuatro quirófanos con los que cuenta. Ese día, por la falta de personal, el centro no pudo hacer más que emitir su diagnóstico, inmovilizar la pierna afectada y emitir su receta: irme de allí y viajar 245 kilómetros hasta el hospital Roosevelt en la capital.
El viaje más largo de mi vida
Siete horas en un autobús, con unos 30 pasajeros más, ocupé el último asiento que da al pasillo en la fila izquierda. El inmovilizador de yeso solo me permitía llevar la pierna extendida, sobre el pasillo, en algún momento decidí bajarme del sillón y sentarme en el pasillo para evitar la molestia.
La tarde del Sábado de Gloria a las 14:30hrs entré a la emergencia del Hospital Roosevelt. Habían pasado 20 horas del brinco fatídico. Los exámenes, de nuevo, confirmaron el diagnóstico original: rótula multifragmentada.
Una vez ingresado en el centro, en el mismo pasillo del área crítica, está una pequeña habitación que alberga cuatro camillas, se trata del área de ortopedia.
En cada camilla una historia
Édgar de León, un retalteco de 28 años, quien sufrió un accidente en su moto, esperó 15 días en el Roosevelt para para su cirugía en la pierna. La espera de este muchacho, supervisor en una finca de producción de banano, empezó en el Hospital de Retalhuleu donde pasó 30 días para que finalmente le dijeran que, gracias por la espera, pero debía moverse a la capital.
“Al día siguiente del accidente supe que tuve fractura de fémur y en la muñeca que hasta hoy no la siento. Me tuvieron con medicamento y me dijeron que había una larga lista para operar. Un miércoles que me tocaba operación, me sedaron y los médicos se dieron cuenta que no tenían los exámenes que se habían pagado con una semana de anticipación -porque allá cobran por todo: por radiografía Q200, tomografía Q1 mil 600 (…) ¿Cuánto pasaste en el hospital de Retalhuleu? 28 días. Acá en el hospital Roosevelt llevo 12 días. No es fácil, porque no le dan una fecha a uno.”
Esta familia estima que gastó unos Q9 mil en todos exámenes médicos y material como placas, tornillos, clavos requeridos y que al final debido a la mala logística entre el hospital y la casa médica, los insumos no estaban listos y por lo cual este muchacho no pudo ser intervenido. Su mamá lo acompaña desde el día del accidente.
La señora, una mujer de 50 años, conserje en un sanatorio de Retalhuleu, debió dormir varias noches afuera de la emergencia, hasta que fue admitida en un refugio cerca del hospital de la capital. La pandemia impone un muro entre familiares y pacientes: su muchacho, debido a sus fracturas, no puede ni debe levantarse de su camilla.
Lester Ordóñez, un repartidor de comida de 25 años, es el segundo paciente en esta habitación. También derrapó en su moto cuando fue impactado por un autobús. Su cuadro clínico: fractura en la muñeca izquierda y en el húmero derecho. Los médicos le han hecho esperar:
“Es que su operación lleva mucho tiempo, me dijeron, y tenemos otras prioridades, operaciones de menores complicaciones.”
Unos 20 días después fue ingresado a la sala de operaciones. El día antes de la intervención quirúrgica, el comentario de un médico lo desconcertó:
“Me dijo que por qué había esperado tanto –para llegar al hospital– que se estaba complicando más el hombro, pero fue por su misma negligencia, porque yo estuve preguntando cuándo me iban a operar y solo me respondían que debía tener paciencia, que –en otro hospital– no era una operación económica, que podía costar de Q30 mil en adelante”
Josué Chávez tiene 13 años. Es el más joven de esta sala, ha debido esperar el turno para entrar en el quirófano del Hospital Roosevelt. Él llegó por una fractura en la tibia, a raíz de una caída en una pendiente cerca de su casa, regresaba de jugar. Su mamá, Karen Mejía, al igual que la mamá del paciente retalteco debió luchar para estar junto a su hijo.
“A nosotros nos costó 11 días -para la operación- yo ingresé el domingo 04 y hasta el 13 lo ingresaron a quirófano y no solo yo tuve ese problema, había otra niña que estaba en la misma situación de mi hijo. Ella pasó 15 días en el hospital. Es demasiado, a mi hijo el viernes lo iban a operar, no le dieron desayuno, almuerzo, ni agua, ni un suero”.
Esta mamá debió suplicar a los doctores:
“Les dije que me hicieran el favor de meterlo a quirófano porque él ya no quería estar ahí. Me decía: ‘mami, sácame de aquí, aunque sea así llévame’
Y yo ¿qué podía hacer? si una operación me costaba Q30 mil y uno no tienen para estar pagando esas intervenciones, por eso uno busca lo público, pero sí es muy tardado. Me dijo el doctor: aquí se les da prioridad a los que vienen de emergencia.”
Cada caso presenta sus propias complicaciones y eso también influye para prolongar la intervención quirúrgicas; además de que las emergencias surgen en cualquier momento.
En mi caso, debí esperar turno para mi segunda cirugía, pues la sala apartada, debió ocuparse para atender a dos jóvenes con heridas de bala. Esperé siete días.
La pandemia del Covid-19 incide en la tardanza del ingreso de pacientes a los quirófanos. Los testimonios dan cuenta que unos debieron esperar incluso cinco días para obtener un resultado negativo de Covid-19, uno de los requisitos para cruzar el umbral hacia la mesa de operaciones.
Saturación
Marco Antonio Barrientos, director de este hospital afirma que todas las salas de operación están saturadas. En el área de adulto hay 19 cuartos de operaciones, pero según el director necesita el doble para que los procesos sean más expeditos, pero:
“No solo es quirófanos, sino personal de enfermería, técnicos de emergencia (…) Hace dos semanas estuvimos hablando con el personal de trauma y me dijeron “doctor ya no damos” y les pregunté ¿qué está pasando? Y respondieron: doctor, los accidentes de tránsito no solo en el área urbana, sino referidos de hospitales departamentales.”
Por esas semanas la fila hacia la sala de operación fue de 41 personas relata Barrientos: caídas y politraumatismos especialmente.
“Tuvimos que pausar a algunas subespecialidades para avanzar con ortopedia. Eso fue el jueves, para el lunes ya solo teníamos 26 pero seguían llegando, pero ya nos estabilizamos ya hay menos pacientes para operar”.
Los casos que deben esperar por tres o cuatro semanas o más lo atribuye a que son pacientes o con enfermedades crónicas y por eso deben esperar. Este hospital no cobra por material para operaciones.