Los diputados, aquellos que se retiraron por un receso de dos meses de vacaciones percibiendo un salario de Q66,000, han vuelto a aparecer en el escenario político -aunque no todos- tras el evento del enjambre sísmico que azotó a nuestro país. Lamentablemente, continúan demostrando su incapacidad para ponerse de acuerdo en decisiones cruciales, como la elección de su representante en el directorio de la superintendencia de competitividad. Este comportamiento pone de manifiesto su tendencia a priorizar sus intereses personales por encima del bienestar colectivo al que, en teoría, deberían representar. Los ciudadanos les conferimos una autoridad que muchos han manejado de manera abusiva, y toman el poder, conscientes de que, aunque nos quejemos de manera elocuente, nuestras acciones suelen detenerse ahí y no llegan a más.
El reciente enjambre sísmico ha motivado la acción de algunos de estos políticos, quienes ahora toman parte activa en la «gestión» de las emergencias departamentales. A pesar de haber estado ausentes durante más de un mes, han resurgido como gestores de ayudas para los damnificados, una maniobra que más que altruista, parece orientada a capitalizar la crisis e invertir en votos para el futuro. Se les ve “descargar y distribuir” ayudas humanitarias, asegurándose de que sus zapatos de marca no pierdan el brillo mientras caminan por terrenos afectados. En apariencia, se preocupan de que las ayudas lleguen a quienes más las necesitan, aunque es inevitable cuestionar sus verdaderas motivaciones.
En lo personal, y quizás dejando entrever cierta sensibilidad hacia las actuaciones de nuestros políticos, siento desagrado al ver cómo muchos se aprovechan de las cámaras y los medios de comunicación. Su exposición parece más un espectáculo que una sincera preocupación por los afectados.
La política, desafortunadamente, hace tiempo que se ha visto envuelta en un proceso de mercantilización, transformándose en una fachada más de transacción y poder. Llegará el momento en que esta insatisfacción colectiva de paso a una confrontación abierta, y esperemos que nunca se traduzca en violencia o revolución. No podemos permitir que continúe la proliferación de políticos que sólo se presentan como opciones vinculadas a intereses espúrios, dedicándose a comprar voluntades de aquellos que deciden venderse, convirtiéndolos en cómplices de la situación que tanto critican, sin reconocer la responsabilidad que tienen en la perpetuación de este ciclo vicioso.
El analfabetismo político constituye un terreno fértil para que diversas facciones de mafiosos asociados a la política proliferen, sumiendo al país en un estado de atraso y entregándolo a manos de explotadores que, escondidos tras elegantes vestimentas, utilizan el discurso como su principal herramienta de persuasión. Estos individuos, mientras proyectan una imagen de liderazgo y servicio en sus discursos, en realidad actúan a espaldas de aquellos que diariamente trabajan arduamente, acumulando fortunas, satisfaciendo egos inflados o iniciando «carreras públicas» sin jamás haber generado un solo puesto de trabajo genuino.
Nos enfrentamos a una suerte de «ninis» políticos, quienes han descubierto en un sistema que favorece el nepotismo y las decisiones arbitrarias, la mejor oportunidad que podrían haber soñado. Este sistema facilita su parasitismo sobre aquellos a quienes victimizan en sus discursos o en momentos críticos como los que estamos viviendo. En esencia, no son más que vampiros del erario público, vendedores de ilusiones vacías, deshonestos e inmorales, que están llevando al país hacia un abismo peligroso.
La manipulación política y la falta de ética disfrazadas de interés público amenazan con socavar las bases mismas de nuestra sociedad, obstaculizando el progreso y diseminando desconfianza entre los ciudadanos.
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