Es muy interesante observar -también es preocupante- el cambio en la forma de pensar de ciertos actores, tanto nacionales como internacionales, en relación con ciertos temas políticos y económicos. Por estos lares, ahora que tenemos un gobierno progresista, hay cosas que han cambiado en la percepción sin que realmente hayan experimentado cambio real alguno.
Antes, los bloqueos eran visto como “la lucha de pueblo contra la opresión”; ahora que los “luchadores” gobiernan son vistos como una vulneración a los derechos de locomoción. La digna resistencia sindical del pasado se juzga en el presente como el abuso de un grupito de depredadores de los que hay que salir antes de perder la ropa interior. El desmantelamiento de empresas o los aranceles se denuncian actualmente como falta de garantías jurídicas o trabas al libre mercado. Y así sucesivamente ha ido cambiando el discurso de quienes activan el switch ideológico en función del momento, de la pasión y del amiguismo, a años luz de la razón y de los principios generales.
Grandes pensadores, generalmente liberales, han apostado desde siempre por esos principios que los progresistas amoldan a su mejor saber y entender. Desde el papel del mercado y de los valores morales de Adam Smith, el rol del Estado propuesto por Robert Nozick o el velo de la ignorancia de John Rawls, han dibujado un horizonte alejado del calor ideológico que algunos no son capaces de abandonar, y entran en esos contrasentidos que ahora producen risa, salvo porque han causado demasiado dolor en el pasado.
El ser humano cada vez está más alejado de construir una sociedad que apueste por consolidar unos pilares fundamentales sobre los que construir su engranaje. Mas bien gusta de las ventajas que ofrece la coyuntura del corto plazo -a fin de cuentas el tiempo de vida que tenemos- y el que venga después que arree. Por eso no les importa que los Estados se endeuden más del 100% de lo que producen, algo que ellos mismos no harían hipotecando el fututo de sus hijos, o que se pueda expropiar, aplicar justicia selectiva o poner trabas al comercio, que justamente no quieren para sí mismos. Una suerte de contrasentido entre lo que uno hace y lo que no importa que se haga para el resto, pero con la torpeza de no entender que termina revirtiendo en los intereses de todos.
Igual ocurre con los temas judiciales, y el uso de la justicia al servicio de la ideología dominante. Así, los muertos de las revoluciones se justifican mientras se persiguen y condenan los de las dictaduras, como si el valor del ser humano dependiera de su forma de pensar, actuar o suerte que le tocó, y no de su misma esencia. Crímenes de instituciones armadas se vuelven imprescriptibles mientras aquellos contra quienes lucharon se olvidan en una justificación de “liberación nacional”. Da la sensación, de que en ocasiones parece que retrocedemos más que avanzamos, y que la historia se repite y parece que ya la vivimos en una vida anterior, si es que la reencarnación existe.
Ahora que tenemos gobierno progresista resulta ser que el sector privado ya no es el enemigo que lo fue hasta que ganaron las elecciones; que los sindicatos -antes amigos- resultan ser una traba para el progreso político; que el ejército es el mejor aliado del gobierno, aunque antes eran tachados de chafas a quienes había que disolver; que los aranceles van contra el libre mercado, aunque antes eran propuestas válidas para generar aquello de la “autonomía alimentaria”.
Nunca me dio mucha confianza esa izquierda ideologizada de switch interesado en función de la situación. Y no por gusto, sino porque la historia demuestra lo equivocados que estuvieron, y lo que parece seguir estando. Me produce, sin embargo, una suerte de sonrisa picaresca y burlona ver a esos personajes gritar contra lo que antes estaban de acuerdo, o estar de acuerdo contra lo que antes desechaban, y me da sorna comprobar cómo no se dan cuenta de quienes son.
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