Usted percibe el interés que atrae como candidato presidencial Carlos Pineda, finquero de nororiente, hijo de un antiguo integrante de la plana mayor de Carlos Manuel Arana Osorio y dueño de un emporio de plantaciones de banano, palma africana y rambután, empresas de transporte y otros prósperos negocios. El aspirante presidencial vuela su propia avioneta y helicóptero. Aprendió a usar las redes sociales mejor que sus contendientes (acartonados y poco espontáneos ante las cámaras) y se sirvió de, a la vez que permitió que se sirvieran de él, los hijos de Manuel Baldizón antes de la resurección de éste de entre los ex convictos.
Los contendientes de Pineda trinan de rabia por su éxito aparente. Esta columna quizá los enoje otro poquito. Y sus críticos, hay una legión de ellos, explotan sus mil y una contradicciones. Los escépticos simplemente levantan la ceja cuando se percatan que su partido postula en sus listados para el Congreso una colección de fariseos demostradamente opuestos a lo que Pineda pregona.
Pineda va a al alza y su discurso atrae potenciales votantes porque habla de propuestas deseables para gente común y silvestre pero adversas a los intereses siempre de corto plazo del gran capital. Por ejemplo, propone que sea el Estado y no empresarios particulares quien se beneficien del cobro de peajes en carreteras, de la explotación del petróleo o minas. Se queja, igual a cientos de miles de personas en el campo, del mal servicio de distribución eléctrica, privatizado en favor de inversionistas extranjeros.
No es un político que proyecte una visión de país articulada. Y muestra un carácter impulsivo, irascible, alérgico a la crítica y dispuesto a confrontar a quien sea sin remilgos. Es material potencial de autoritarismo, pues.
Es ajeno al sistema político convencional ante un mar de contendientes esforzados (como Zury Ríos o Sandra Torres, por ejemplo) en ser la copia mejorada de Jimmy Morales y Alejandro Giammattei y dedicados a garantizarle a los dueños del país otros cuatro años de hegemonía ante los intereses de la población.
Es un ave rara Pineda, hasta que uno empieza pensar que muchos de sus rasgos son semejantes a los de Nayib Bukele cuando era candidato. Si integra un equipo medianamente eficaz puede ofrecer resultados desde la Presidencia pero también hay elementos para pensar que puede provocar una situación explosiva.
Por ejemplo, si el señor Pineda convertido en Presidente decide en verdad rechazar la corrupción deberá enfrentar a una Legislatura con diputados, incluso los suyos, que apuntan a ser más voraces que los aliados de Giammattei, quien rompió récord. Se enfrentaría también a unas cortes alineadas con los intereses de esos diputados y a un Ministerio Público a su servicio. El Ejecutivo estaría en soledad.
Guatemala ha vivido ya un escenario parecido en tiempos de Jorge Serrano Elías y Perú más recientemente lo ha vivido también con un gobernante como Pedro Castillo (acusados de corrupción también ambos gobernantes). Un escenario de caos con resultados imprevisibles.
Claro que también podría producirse un milagro y ante la llegada de un gobernante adverso a la corrupción todos los actores anteriormente alineados con el establishment podría súbitamente convertirse en ángeles bondadosos.
Pero me late que eso es menos probable.
Otro escenario es que el candidato sólo hubiera usado el discurso crítico hacia el sistema de corrupción para ganar y luego, después de llegar a un entendido con los dueños del país, como ocurrió con Jimmy Morales rumbo a la segunda vuelta electoral, decidiera dejar las cosas tal y así pasar a ser un gobernante más de ingrata recordación.