Cierto que las elecciones del 25 de junio no se definieron como una batalla entre izquierda y derecha. Pero también es cierto que todas las opciones autoadscritas como de derecha quedaron excluidas por el electorado. Y la razón para desecharlas tiene que ver con su lealtad hacia el sistema de impunidad para la corrupción prevaleciente.
Sólo Sandra Torres -pese a ser devota de la Fiscal General, Consuelo Porras– logró sobrevivirlo pero su triunfo relativo puede explicarse con un caudal electoral afianzado (aunque decreciente) y con una oferta de reparto de programas sociales.
Por eso Sandra Torres representa, en la segunda vuelta electoral, los intereses del sistema que el electorado ha mandado a la Sala de Cuidados Intensivos. He ahí su vulnerabilidad.
Una a una, las opciones que la derecha política guatemalteca presentó a los votantes incurrieron en la misma falla de origen.
Edmond Mulet fracasó porque se mimetizó con los candidatos del establishment a última hora. Ya se había atrevido a protestar y actuar judicialmente contra la persecución a periodistas. ¿Por qué luego bajó la guardia? ¿A quién pretendió darle satisfacción abjurando de la CICIG en ese video apresurado? ¿Recibió el patrocinio de grandes grupos empresariales que necesitaban esa prueba de lealtad de su parte? Pues lo llevaron al derrumbe. Sus propuestas no fueron capaces de entusiasmar a suficientes personas. Apenas alcanzaron para superar a Zury Ríos.
Ella es el ejemplo de un liderazgo pretendido en la derecha nacional. Su unción como líder por quienes montaron el partido Valor y sus anteriores vehículos electorales procede de ser la hija de Efraín Ríos Montt y no de haber gestado logros propios. Una especie de heredera o sucedánea del difunto Jefe de Estado.
Las dudas respecto a su aptitud y voluntad real para conducir estuvieron permanentemente a flote. La simpleza de su plan de gobierno daba a entender que no había formulación de pensamiento detrás de su candidatura sino una mera voluntad de prolongar la realidad de la mayoría de guatemaltecos y sobre todo, la de la minoría privilegiada. No hay quien extraiga una idea novedosa de su prontuario (que no plan) de gobierno.
Mutatis mutandi, el suyo es un caso muy parecido al de Alvaro Arzú Escobar, que ha vuelto a quedar íngrimo como diputado Unionista en el Congreso. El suyo también es un liderazgo impostado por provenir de una herencia. Su partido defiende esa idea entre aldeana y monarquista que considera que compartir ADN con un antiguo líder hace al vástago tan bueno como al padre.
Si Arzú Escobar reflejara un pensamiento creativo dentro de su conservadurismo, si fuera capaz de entusiasmar a una parte relevante del electorado con sus ideas, y no sólo con su apellido y estirpe, tendría algún futuro. Pero su camino parece semejante al de Zury.
Además, ya hay nuevos pretendientes para liderar la derecha.
Tras el maltrato sufrido en el proceso electoral (fue expulsado por el delito de encabezar las encuestas sin haber acordado antes con los beneficiarios del sistema), Carlos Pineda procura ahora erigirse en el representante de esa nueva derecha.
Mal arranca si lo hace apoyando a Sandra Torres frente a Bernardo Arévalo del Movimiento Semilla pues confunde a quienes le han seguido inicialmente como una opción ajena al sistema si se convierte ahora en un defensor de éste.
De más está decir también que Pineda no es un generador de pensamiento ni expresa un proyecto -más allá de un rechazo a lo que actualmente existe- al que puedan adherirse personas por sus ideas seductoras.
La derecha guatemalteca necesita una renovación, una modernización auténtica. Y debería buscarla en los jóvenes democráticos que han dejado de ver la defensa de los intereses de la élite como la bandera fundamental de su signo ideológico. Una derecha que no cree que concentrar más dinero y todas las opciones de negocio desde el Estado en las mismas manos conducirá algún día a hacer próspera a la mayoría. En cambio, piensan en fortalecer el mercado a punta de competir, en darle oportunidades a los más pobres vía educación y salud públicas, antes que como negocio para los capitales propietarios de los bancos.
Ahí está el futuro de la derecha. En una visión democrática, no aristrocrática de la vida.